SIGUE SOÑANDO


Dice la leyenda que Polínexa, madre de Alejandro Magno, soñó que su hijo había sido engendrado por el mismísimo Zeus. El nacimiento coincidió con la victoria de su marido, Filipo de Macedonia, en la carrera hípica de los Juegos del 256 a.C. En honor a tal triunfo, Polínexa cambió su nombre por el de Olimpia. Su sueño se cumplió. Alejandro fue el Zeus del mundo conocido entonces. Un infatigable conquistador. El deporte es hoy lo más parecido a la guerra y sus figuras los nuevos mitos de nuestra era. Soñemos.

Legend say that Polínexa, mother of Alexander the Great, she dreamed that her son had been fathered by Zeus. The birth coincided with the victory of her husband, Philip of Macedonia, in the horse race of the Games of 256 BC. In honor of this victory, Polínexa changed her name to Olympia. Her dream was fulfilled. Alexander was the Zeus of the then known world. An indefatigable conqueror. The sport is now as war and his figures the new myths of our era. Let's dream.

olimpiaduerme@gmail.com

viernes, 8 de enero de 2010

MATANDO SE ENTIENDE LA GENTE (I): GALLÍPOLI

En los últimos meses de 1914 la I Guerra Mundial se encontraba ya en una situación absurda de luchas en trincheras en Europa, de desgaste diario sin apenas avance por parte de ambos bandos. Un estancamiento que el lado Aliado (Francia, Rusia e Inglaterra como países principales, respaldados por Japón, Serbia, Italia, Rumanía y Grecia) intentó liberar con un golpe tan genial como incierto. La toma de la península turca de Gallipoli y el control vital de los pasos del Bósforo y Dardanelos. La única vía de comunicación entre el Mediterráneo y el Mar Negro, dominada por los países del Eje (Alemania, el Imperio Austrohúngaro, Bulgaria y el Imperio Otomano). La idea original fue una sugerencia rusa, que ansiaba tomar Constantinopla -la actual Estambul- y expulsar a los turcos de esa área de influencia. Se abriría una importante vía de comunicación y suministros de Oeste a Este, se atraería además al grueso del ejército austrohúngaro, que peleaba mano a mano con el alemán en el frente europeo. El plan fue desarrollado por el entonces ambicioso –e incluso delgado- Ministro de la Marina Winston Churchill y por el Comandante Horacio Kitchener, pese a muchas opiniones en contra de destacados mandos del ejército británico. El Comandante Sir Ian Hamilton fue el elegido para dirigir la operación in situ. Más que un desembarco en toda regla, el ataque se concibió como una incursión puramente naval, precedida de unos intensos bombarderos a modo de regalos de Navidad. En febrero de 1915, los navíos anglo-franceses penetraron en el estrecho, sufriendo su primer fracaso, incapaces de detectar y superar las zonas previamente minadas. Los aliados dudaron en forzar la máquina y seguir avanzando, retrocediendo a mar abierto. Ignoraban por completo que a las baterías defensivas turcas apenas le quedaba munición y estaban al borde de la rendición. Un "empujoncito" más hubiese determinado el signo de la incursión. Defectos de un pésimo servicio de información. El Estado mayor británico decidió que la operación nunca tendría éxito sin el apoyo terrestre, así que requería una mayor envergadura y el desembarco de la infantería por la cara Oeste de la península para limpiar la costa, atacando a los turcos por la espalda. Kitchener optó por esta opción, mientras Churchill –a quien se le atribuyó el principal papel de responsable del desastre- siempre se opuso. La decisión estaba tomada. El de Gallipoli era el mayor desembarco anfibio hasta la fecha. Una empresa formidable, sólo comparable al número de errores que determinaron su rotundo fracaso. Para empezar, una operación de tamaña envergadura se preparó en apenas cinco semanas. Lo cual ya auguraba numerosos problemas. El factor sorpresa ya no existía, porque los turcos organizaron la defensa de la península, excelente asesorados por el alemán Otto Liman Von Sanders. Pese a sus carencias, los otomanos eran bravos guerreros y luchaban en defensa de su tierra, una motivación extraordinaria. Contaban con Mustafá Kemal, quien fraguará en esta batalla su leyenda de padre de la futura patria turca. Los aliados se encontraban a miles de kilómetros de sus respectivos países, en tierra extraña y con material de cuarta categoría. Había soldados australianos, neocelandeses o indios. Hay que tener en cuenta que la elite se desangraba en el frente europeo, con las mejores divisiones y más sofisticadas armas, mientras los combatientes del sur dispondrían de material igual o peor que el de los turcos. La mayoría de los barcos de la flota en Gallípoli, por ejemplo, eran viejos navíos reconvertidos, cuyo calado permitía acceder a las partes más estrechas de los pasos pero sin las prestaciones de un buque concebido para la guerra. Las claves de la monumental derrota no fueron estos inconvenientes, sino tres errores garrafales en un ejército serio: la falta de planificación, la descoordinación entre las divisiones y la escasez de suministros. Los aliados se lanzaron al ruedo, sin muleta, un 25 de abril de 1915. Y la cosa ya comenzó mal. Los batallones australianos, conocidos como los Anzac -Asustralian and New Zealand Army Corps- se equivocaron (sic) en el mapa y desembarcaron en una zona de acantilados, en lugar de las playas. Advertidos del error, intentaron corregir a los siguientes, pero los mandaron a otros lugares tanto o más abruptos, donde los turcos los machacaron. Fue cuando los aliados comprobaron –aunque no comprendieron en aquel 1915- que las técnicas de Guerra estaban cambiando. En cosas tan básicas como el diseño de las lanzaderas de desembarco, cuyas estrechas puertas apenas permitían la salida de un soldado cada vez. Los turcos jugaban al pim-pam-pum, mientras los ingleses sufrían pérdidas terribles. Fue un milagro que los aliados lograsen tomar alguna cabeza de puente, ya que en otros puntos de desembarco se vieron obligados a regresar al mar. Los objetivos del primer día no se habían cumplido, pese a que en Londres la entusiasta prensa cantó un éxito rotundo. El tiempo lo convirtió en toda una humillación nacional. El frente sur se parecía ya entonces al lejano centroeuropeo. Las posiciones de ambos bandos se estancaron a partir del mes de mayo. Todos los intentos de los aliados cayeron con estrépito. En ocasiones atacaban a plena luz del día y a pecho descubierto, como si el valor y el peso de la tradición repeliesen las balas. Después se añadió un nuevo enemigo, en forma de epidemia por el calor y los numerosos cadáveres que no había tiempo para enterrar. La descoordinación entre los diferentes cuerpos provocó en muchas ocasiones que la artillería naval bombardease a los de su bando. En ocasiones, las sufridas y diezmadas unidades que tomaban una loma se veían incapaces de mantenerla por la ausencia de refuerzos, mientras miles de soldados de refresco se entretenían jugando al fútbol en la playa, sin órdenes ni papel a desempeñar en la operación. Otras veces se imponían objetivos imposibles en base al honor. Sólo servían para sacrificar a hombres válidos para otro tipo de actuación, o a jovencísimos entusiastas que se habían enrolado en el ejército por diversión. El caos era absoluto y los soldados comenzaron a percibirlo, cundiendo el desánimo general. La falta de suministros remató a los invasores. No había granadas para todos los soldados, no había armamento pesado –los cañones apenas realizaban dos disparos por día por falta de munición- no había teléfonos de campaña, ni siquiera alambre de espino para asegurar una posesión. No había medicinas ni hospitales para tantos heridos. Ni siquiera agua. Los equipamentos tardaban dos semanas en llegar mientras los turcos los recibían en dos días. El último intento de conquista en Suvla, fue el resumen de toda la batalla. 1.500 turcos destrozaron a 20.000 aliados. La derrota fue total y convenció a los anglofranceses de la necesidad de una retirada inmediata. Esta operación fue, sin duda, la mejor preparada y desarrollada de toda la batalla. El 6 de enero de 1916 no quedaba un aliado en suelo turco, para sorpresa de los lugareños. El regreso a la madre patria fue un calvario moral para los perdedores.
Gallípoli fue el mejor ejemplo de que un gran ejército sin organización ni mando puede perder ante un enemigo inferior pero mejor preparado. Las pérdidas fueron terribles para ambos contendientes. Los aliados perdieron 55.000 hombres, mientras los turcos vieron caer aproximadamente a 60.000, la flor y la nata de su elite militar, sin la cual sufrirán muchísimo hasta el fin de la guerra. Sin duda suposo una victoria "pírrica" en toda regla.
En el aspecto personal, la batalla encumbró al comandante Mustafá Kemal, más conocido como "Atatürk", el padre de la Turquía moderna. Para Churchill el fracaso significó la salida del alto mando británico. Para Inglaterra y Francia, toda una humillación y una herida que tardó mucho en curarse, además de pavor por los desembarcos anfibios hasta Normandía.
A efectos prácticos, la batalla de Gallípoli significó una sangría estéril. La I Primera Guerra Mundial se prolongó un año más, y la paz total, tratados de paz mediante, no se consolidó hasta 1920. Fue otro sangriento capítulo, tan doloroso como inservible en la Gran Guerra.