SIGUE SOÑANDO


Dice la leyenda que Polínexa, madre de Alejandro Magno, soñó que su hijo había sido engendrado por el mismísimo Zeus. El nacimiento coincidió con la victoria de su marido, Filipo de Macedonia, en la carrera hípica de los Juegos del 256 a.C. En honor a tal triunfo, Polínexa cambió su nombre por el de Olimpia. Su sueño se cumplió. Alejandro fue el Zeus del mundo conocido entonces. Un infatigable conquistador. El deporte es hoy lo más parecido a la guerra y sus figuras los nuevos mitos de nuestra era. Soñemos.

Legend say that Polínexa, mother of Alexander the Great, she dreamed that her son had been fathered by Zeus. The birth coincided with the victory of her husband, Philip of Macedonia, in the horse race of the Games of 256 BC. In honor of this victory, Polínexa changed her name to Olympia. Her dream was fulfilled. Alexander was the Zeus of the then known world. An indefatigable conqueror. The sport is now as war and his figures the new myths of our era. Let's dream.

olimpiaduerme@gmail.com

miércoles, 26 de mayo de 2010

VEJEZ, DIVINO TESORO


En los últimos días -en realidad casi meses- nos han dejado varias personas, pertenecientes a diferentes ámbitos de la vida si bien unidas por sus comunes cualidades: constancia, inteligencia y prolongada actividad.

El más conocido para el gran público fue don Juan Antonio Samaranch (nacido en 1920), un superviviente de la Guerra Civil -a quien los "buenos" obligaron a combatir en su bando-, personaje fundamental durante la dictadura y en nuestra actual partitocracia en el despegue del deporte español.

Samaranch fue el salvador del movimiento olímpico, el cual estaba arruinado, encorsetado por un falso amateurismo y dividido por las tensiones políticas a su llegada. Hoy es el principal espectáculo social del planeta, trampolín del bautismo internacional de nuestro país, gracias a los inolvidables Juegos de Barcelona.

Otros, supuestamente más jóvenes y modernos, no supieron intuir el camino que tomaba el deporte a finales del siglo XX. Este pequeño hombre, de mentalidad supuestamente retrógrada y conservadora, lideró una de las revoluciones más pacíficas y universales de nuestra Era. La del deporte como medio de unión de todos los países de la Tierra. Es su gigantesco legado a la Humanidad.


Si uno se llama Manuel Fernández Álvarez (1921) no parece tener mucho futuro en el mundo del espectáculo. Poco nos importa. Don Manuel fue una institución de la Historia de España, muy especialmente sobre la edad Moderna y el siglo del Oro. Un historiador vocacional, aunque su padre se llevase las manos a la cabeza cuando renunció a la carrera de Medicina por esa disciplina menor que poco futuro económico tenía, tiene y tendrá.

Casualidades de la vida. Durante el franquismo le tacharon de independiente. Durante la partitocracia de carca, por reivindicar en su justo lugar -después de encerrarse e investigar en El Escorial, Simancas y Tordesillas- las vilipendiadas figuras de Carlos V, Felipe II y los Reyes Católicos. Suele suceder que los ignorantes son los que más ladran y los sabios los que miden sus palabras.

Estuvo muy cerca de la muerte en 2002, tanto que el mismo confesó ver como su alma levitaba hacia el cielo, mientras su familia contemplaba abajo su cuerpo agonizante. Más duro para él fue asistir la enfermedad de Alzhéimer que padece su mujer. Fue otro aparente anciano, coloso de la historia, cuyo rigor, temple y honradez debe ser un ejemplo para todos aquellos que quieran conocer la verdad sin tapujos. Podríamos definir su testamento en esta frase, pronunciada con motivo de la infausta Ley de la "Memoria Histórica" de nuestro infausto presidente Zapatero (en mi opinión, el peor gobernante español desde don Pelayo):

"La Historia jamás se debe utilizar como arma arrojadiza. Dolor y lágrimas; ésa es la verdadera historia de la Guerra Civil".

Dicha por una persona que perdió un hermano mayor en la contienda, dolorosa experiencia que no le impidió pasar página, entendiendo que la reconciliación y no el enfrentamiento permanente era el camino por el bien del país.


Es posible que pocos, salvo los muy aficionados a la historia de Cuba, conozcan a Carlos Franqui (1921). Hombre de amplia cultura, sensibilidad artística y firmes convicciones. Don Carlos falleció muy cerca y muy lejos de su país, en Puerto Rico, tras muchos años de exilio por no comulgar con la dictadura de Fidel Castro.

Franqui luchó contra la dictadura de militar bananero Fulgencio Batista. Comenzó en las filas del Partido Comunista, si bien pronto se liberó de las consignas ortodoxas. Fue uno de los más valiosos aliados de Castro durante la milagrosa revolución, pero nunca aceptó la sumisión total que exigía el lider y fue alejándose de su influencia, descubriendo cada día la realidad de la gran mentira revolucionaria.

Logró sacar a su familia de la cárcel isleña y se estableció en Puerto Rico, ya que el exilio de Miami siempre lo vió como un apestado. Desde allí escribió una serie de obras muy reveladoras sobre la personalidad de Fidel, a quien conoció de cerca, desvelando detalles de su personalidad que pocos sabían.

Franqui decidió morir de pie y no regresar a su tierra -algo muy, muy doloroso para un cubano- en lugar de bajar la cerviz y vivir de forma cómoda como tantas otros privilegiados del régimen. El único consuelo será que sus descendientes esparzan sus cenizas en la tierra por la que tanto luchó.


El caso del burgalés Julián Bernal (1991) rompió todos los moldes. A los 78 años, con todos los achaques de la edad, decidió ponerse a correr para llenar el vacío dejado por el fallecimiento de su mujer. Hasta 10 días antes de exhalar el último suspiro, participó en 799 carreras y recorrió 4.726 kilómetros, mejorando de forma increíble su salud y sin sufrir ninguna lesión muscular.

Participó en los Mundiales de veteranos, ganando dos medallas de oro y una de bronce, y batiendo cuatro récords del Mundo. Su hijo, también corredor, recordaba ante los medios de comunicación que poseía una ilusión desbordante por participar, siempre en la medida de sus posibilidades. Jesús Bernal también asumía que el atletismo ejercería esa labor terapeútica para llenar el lógico vacío de un padre tan peculiar.

Gente como don Julián, como don Manuel, don Juan Antonio y don Carlos, nos enseñan que la voluntad y la ilusión son dos armas de propiedades eternas en nuestro espíritu. Que la jubilación intelectual y física no es más que una condena autoimpuesta. Ellos descansan en paz porque su tiempo se terminó, pero podrían seguir varios siglos más. En su caso, la vejez fue virtud.