'Franco. Caudillo de España'. Paul Preston. Ed. Random House Mondadori.
La biografía que nos ocupa pasa por ser un clásico de entre las que se han
escrito sobre el hombre que rigió España durante poco más de un tercio del S. XX. El equivalente al 'Hitler' de Ian
Kershaw, por poner un ejemplo. Sin embargo, creemos que esto es producto de una
sobrevaloración, cosa que defenderemos con argumentos varios a continuación.
Una idea constante aparece en el libro y es la sensación de que Preston no
hizo sino confirmar sus prejuicios tras consultar sus fuentes. O, por decirlo
de otro modo, el profesor británico tenía a Franco por un ambicioso desmedido,
taimado, cruel, antes de comenzar su tarea investigadora y utilizó los diversos
archivos y bibliografía para certificar la validez de sus ideas previas, sin
tener en cuenta hechos que demostrarían, sino lo contrario, al menos matices no
desdeñables. Hay toda una serie de contradicciones que no podemos dejar de
señalar.
Una primera prueba de lo que estamos comentando la encontramos en el capítulo 1, acerca de sus inicios militares, donde se
dice que Franco se habría acostumbrado a la brutalidad de la Legión (pág. 57)
para, poco después, afirmar que se horrorizó en Nador al ver los cadáveres
(pág. 60). ¿En qué quedamos, era frío e insensible o lo contrario?
Recorre el libro la idea de un Franco reaccionario, religioso, no
fervoroso, pero sí católico al menos en las formas. Y a pesar de ello en el
capítulo 2 (pág. 86) se dice que Franco era muy estricto y obligaba a los cadetes
a llevar siempre preservativos cuando salían de la academia. En todo caso esta
disposición sería encomiable y no una mácula como pretende deslizar el autor.
Otra de las características propias del ferrolano sería su doblez. Preston
le califica, nada políticamente correcto, de “típico gallego”: Lento, astuto,
impenetrable, en varias ocasiones, (pág. 84) pero reconoce que opinó
públicamente mostrándose contrario a las reformas de Azaña durante el bienio de
izquierdas de la II República. ¿Dónde está pues la hipocresía?
Sobre su ansia de poder es chocante que titule el capítulo 5 “La forja de
un conspirador” y dentro del mismo se pueda leer que Franco evitó en varias
ocasiones dar su respuesta a Mola y además reconoce que la participación de
Franco en los preparativos fue escasa. No parece pues que fuese un intrigante
muy aplicado.
Dice de Franco que era sanguinario, cruel e impulsor de un sistema jurídico
arbitrario de lo que incluso se habría quejado Himmler, sin embargo el hijo de
Miaja (Jefe de la Junta de Defensa) fue juzgado dos veces y absuelto (pág. 259)
si bien no se le dejó en libertad a la espera de poder canjearlo por otro
prisionero. Otro caso que parece contradecir a Preston fue el asalto falangista
de la prisión de Alicante en 1940, cuyos responsables fueron ejecutados.
Son harto curiosos los bandazos acerca del carácter del Generalísimo, ora
se le tilda intransigente ora de voluble. Basta leer la nota a pie de la página 271.
Acerca de la II G.M. y la camaleónica actitud de Franco, nada nuevo bajo el
sol. Para Preston no hizo más que adaptarse a las circunstancias y si bien por
momentos deseó la entrada en la guerra, nunca llegó a dar el paso. Resulta
curioso no obstante un extracto de un discurso de Churchill en la Cámara de los
Comunes “el mérito principal se debe sin duda a la resolución española de
mantenerse fuera de la guerra” (pág. 559). Preston interpreta al Premier británico
diciendo que las palabras de este eran puramente tácticas e insinceras. Aquí
nos movemos en el terreno de las conjeturas, lo cual pasa de ser historia a mera
especulación. Abundan en todo el libro los “es posible que..”, “se ha sugerido
que”, “es bastante improbable que…”, parece indudable que…”. Esto indica todo menos rigor.
A pesar de lo escrito con
anterioridad, es de alabar el intento de abordar la gigantesca tarea de plasmar
la figura del quizá principal gobernante español del S. XX, pero esta se ve lastrada, en nuestra opinión
por la ya mencionada prejuiciosa postura de Paul Preston, al que quizá también
cabría achacarle que descuida el gran grueso de la dictadura, dado que solo le
dedica 200 páginas de las 800 de las que consta el libro en su conjunto.
NOTA: No queremos finalizar sin hacer referencia a la traducción a cargo de
Teresa Campodrón y Diana Falcón, así como a los encargados de revisar la obra
Enrique Moradiellos y Eva Rodríguez Halftfer. No es aceptable que se registren
errores como no saber utilizar correctamente la forma impersonal del verbo
haber “hubieron comandantes” (pág. 24), “hubieron
muchos intentos…” (pág. 82), o confundir el sexo de Jay Allen “la periodista
americana” (pág. 18). Nos parecen fallos graves que no debieran haber pasado
por alto a los revisores.
Aníbal