Vivimos en la era de lo políticamente correcto, donde decir
que te gusta el boxeo o algún otro deporte de contacto te convierte en un ser
salvaje, posiblemente antidemócrata. Incluso fascista. La sociedad española
está tan anestesiada que no soporta que dos atletas, meticulosamente
preparados, en el libre derecho de su voluntad, luchen sobre un cuadrilátero
ateniéndose a unas normas concretas y controles médicos regulares.
En cuanto aparece la
sangre, los bienpensadores se asustan. Si se produce una muerte, enseguida
claman por la abolición de este deporte. No sucede así por el fútbol. Tampoco
por las carreras populares, que se cobran víctimas cada año.
El boxeo llegó a paralizar España en un tiempo no muy
lejano. Hoy se asocia al franquismo, a la marginalidad, a la delincuencia. Sólo
los toros han experimentado mayor retroceso en los medios de comunicación y en
la opinión pública. Cierto es que personajes como Poli Díaz, Mike Tyson o Floyd
Mayweather no aguantan el tipo ante caballeros del deporte como Nadal y Federer,
pero el ring no tiene culpa de los actos de sus protagonistas, como la hierba
poco tiene que ver con botarates como Maradona.
Pocos deportes, me atrevería a decir que
ninguno, han suscitado tal atracción sobre poetas, intelectuales o cineastas.
Seres de otro tiempo, claro, quienes encontraron la magia y el embrujo donde
ahora muchos sólo ven violencia. Un profesor universitario me dijo en una
ocasión que eso era una pelea de cazurros, que ganaba siempre el más bruto. Era
evidente que no tenía ni idea de boxeo.
Publicado en La Región (19-03-2017)