Bobby Fischer (Chicago, 1943) es un genio autodidacta del ajedrez, descubierto a los seis años. Tan genial ante el tablero como descerebrado a su alrededor. El prodigio que derrotó a los Byrne, Spassky y al ordenador del MIT, que diseñó su propio reloj digital y revolucionó el juego, era insoportable por sus exigencias en los torneos, pésimo perdedor y maniático esquizofrénico.
Tras negarse a poner su título en juego contra Anatoli Karpov desapareció del mapa hasta 1981, cuando fue detenido por error en Pasadena, confundido con un atracador de bancos. Desde ese momento mantiene un odio visceral contra los Estados Unidos. Un odio que le llevó a incumplir el embargo contra Serbia (1992), a bendecir los atentados del 11-S y cargar contra los judíos (algo curioso por parte de quien antes no jugaba durante el Sabbath). Encarcelado en Japón, se nacionalizó islandés para escapar de la extradición a su país de origen. En la misteriosa isla, con aire quijotesco -enjuto, viejo y barbudo- permanece dominado por sus demonios interiores. Más próximo a la locura que a la excelencia.
Publicado en La Región (27-11-2006)