Existe gente nacida para correr. El maratoniano Abebe Bikila (1932-1973) pastor de una remota aldea etíope, rescatado del hambre por la Guardia Imperial de Haile Selassie -el Dios de los Rastafaris- encontró su don gracias a un oficial de origen noruego. Batió el récord mundial en los Juegos de Roma, descalzo y sonriente. Repitió en un entregado Tokio 64 ¡recién operado de apendicitis y liberado de la cárcel tras una paranoia imperial. Era un héroe, un atleta sin igual. Pero en Méjico 68 no pudo prolongar la leyenda, torturado por una fisura en un pie. En una triste noche de 1969, ya en su país, sufrió un accidente de tráfico. La terrible rehabilitación de ocho meses no evitó su condena a vivir en una silla de ruedas. Fue como cortar las alas a un pájaro, como matar a un ruiseñor. Nunca perdió la sonrisa en incluso compitió en trineo, pero una hemorragia cerebral lo remató, en 1973. Su Emperador, el último de Etiopía, fue depuesto y ejecutado en 1975.
Publicado en La Región (30-04-2007)