Nunca olvidaremos aquel año 1986 en el que nuestro país organizó -de forma un tanto caótica- la décima edición del Mundobasket. Un acontecimiento marcado por la relativa desilusión del quinto puesto y por ser testigos directos de varios partidos hoy considerados ya como clásicos.
En su momento hablaremos de la final, antes me gustaría destacar la semifinal que enfrentó a Yugoslavia y a la Unión Soviética, el 17 de julio en el añorado Pabellón de la Comunidad de Madrid, después pasto de las llamas.
¡Cómo ha cambiado el mundo que nos rodea! Dos repúblicas socialistas que hoy se dividen en 20 naciones. La URSS, aquel equipo repleto de tipos bigotudos con pinta de leñadores del Caúcaso ¡pero qué tipos! Un Arvidas Sabonis pletórico, antes de su terrible lesión, acompañado por una escuadra de infatigables cañoneros: Kurtinaitis, Homicius, Volkov, Tikonenko y el veloz Valters, quizá el más olvidado de aquel equipo.
Frente a ellos, la pujante, joven e incorregible Yugoslavia, entrenada por el elegante Kresimir Kosic y Dusan Ivkovic -quien ya de aquellas parecía mayor-. Pese al reverencial respeto que compañeros y rivales profesan por Drazen Dalipagic, el mando recae en el amado-odiado mozart de Sibenik, Drazen Petrovic. Abucheado cada vez que toca el balón, ya que el diablo croata era especialmente despreciado por la afición madridista en aquella época, previa a su fichaje, y poco hizo en el Mundial para lavar su imagen, cuando en la fase previa dedicó una serie de cortes de manga al público, desde el centro de la cancha de Tenerife. Allí, por cierto, sus compañeros de selección la armaron en los hoteles, siendo Stojan Vrankovic -nunca tuvo muchas luces- incluso acusado de violación.
El encuentro posee esa mística especial de los jugados en aquel velódromo de misterioso encanto, con el humo del tabaco en el ambiente y la pasión desenfrenada de un público ávido de baloncesto. La retransmisión televisiva es buena, con cámaras casi panorámicas en los fondos y la incorporación de los primeros gráficos -los de la jirafa-, si bien se echa de menos un uso más frecuente de tiempo y marcador, así como la manía de incluir una repetición mientras el partido está en juego (maldita costumbre que permanece en España).
¿El partido? La primera parte es un tanteo entre pegadores. Termina con 40-37 a favor de Yugoslavia con una canasta en la última posesión de Petrovic, más acertado que Sabonis, a quien vemos con un gran potencial pero muy poco aprovechado (todo lo contrario que en su etapa posterior a la lesión). Juego rápido, sin complejos y con amplia aportación de todos. Sirva como muestra la salida a pista del pivot ruso Alexander Belostenny -después fichó por el Zaragoza- con tres canastas seguidas.
La segunda parte se endurece. Los yugoslavos despliegan todo su arsenal de talento y juego sucio: golpes, protestas, presión sobre los árbitros... Todo es poco para ponerse por delante. A falta de dos minutos para el final, los de Kosic se ponen 9 puntos arriba y el menor de los Petrovic comienza su repertorio de celebraciones y puños al aire. "Este chico es un imbécil", declaró Dalipagic al término del partido. El castigo divino estaba por llegar.
En un minuto y medio, La URSS marca dos triples seguidos con un público español entregado: Sabonis a tabla y Tikonenko. Con 82-85, posesión y 18 segundos por jugar, Yugoslavia elige banda (antes el equipo que recibía una falta no de tiro podía elegir entre sacar o aprovechar la opción del 1+1, dos tiros libres siempre y cuando se metiese el primero).
El balón llega a las manos de un joven y prometedor pivot serbio llamado Vlade Divac. Al muchacho se le atraganta el balón y comete "dobles", cediendo la posesión a la URSS. Divac rompe a llorar como un bebé. Los soviéticos disponen de 12 segundos, a Valters le sobran cinco para botar hasta un extremo de la línea y clavar el triple del empate a 85. Increíble.
Suele suceder en este tipo de circunstancias. El mazazo deja tocado a quien iba por delante y recupera al perseguidor. La URSS domina y vence aunque por un ajustado 90-91. El público lo celebra como si España ganase el Mundial e invade la pista mientras el hasta entonces impávido técnico soviético Vladimir Obukhov -Gomelsky tuvo discrepancias con el buró deportivo- besa a Sabonis y agradece el cariño a la grada puño en alto. "No entiendo tanto apoyo por parte de los españoles, si entrasen los tanques en Madrid entenderían lo que significa la URSS", comentó a posteriori el pivot Franco Arapovic.
Aquella semifinal que tuvimos la suerte de ver en directo es hoy un partido inolvidable en la historia del baloncesto internacional. Un ejemplo de que nunca debes menospreciar a tu rival en la cancha. Y menos a un equipo de bigotudos.
1986, Spain was a fan basketball country and organized the tenth Worldchampionship edition. The semi-final between the Soviet Union and Yugoslavia is a classic match. The Drazen Petrovic´s team was leading by nine points in 38 minute and celebrated the victory. But three USSR three pointer and the rookie center Vlade Divac failure tied the score at 85 points. In extra time, the Arvidas Saboni´s team beat a surprised opponent, with the Spanish fans support. An unforgettable game.