Por: Joaquín Lamela López
Durante las vacaciones descanso únicamente los fines de semana. Y voy a correr por las mañanas como lo hago el resto del año, aunque, en el pueblo donde las paso, sea objeto de mofa casi todos los días por los jóvenes que aún no se han ido a la cama y han bebido más de la cuenta. Algunos simulan correr a mi lado. Otros hacen comentarios como estos: '¡qué haces corriendo a estas horas, cuando debías estar en la cama!', 'venga, vamos?', y terminan la frase con el nombre de algún corredor de las últimas Olimpiadas. En Ourense, en la Ruta del Colesterol, un verano, de madrugada, también me preguntaron '¿qué haces corriendo a estas horas abuelito?', después de haber vaciado, seguramente, algunas botellas de ron o ginebra en las termas. Esto último no lo digo porque no fuese verdad lo de abuelito sino por lo que advertí en ellos.
Bueno, pero a lo que vamos. Porque me proponía hablarle de cosas relacionadas con las vacaciones y el regreso al trabajo, no de mis vacaciones.
Siempre creí, y sigo creyendo, que la duración del período de vacaciones en nuestro país es excesiva, al menos la de los que trabajamos en empresas públicas. Hasta ahora, los trabajadores mayores, juntando los días de vacaciones con los de antigüedad, asuntos propios y alguna otra cosa, podíamos llegar a mes y medio. Tanto tiempo de descanso es impensable en los países que funcionan y progresan.
También siempre tuve dudas, y aún las tengo, si en los países del sur de Europa y en Sudamérica trabajamos menos porque nos lo permiten o porque somos más vagos e indolentes.
Muchas personas achacan el trabajar menos al calor excesivo. Recuerdo lo que me decía un amigo portugués acerca del trabajo en Sevilla, el año que se celebró la Expo. Él había ido a visitarla un día de agosto, cuando los termómetros marcaban más de 40 grados, y me dijo que no le extrañaba que los sevillanos estuviesen descansando a la sombra, porque con aquel calor era imposible trabajar. Le contesté que también en algunas ciudades del sur de Estados Unidos hace mucho calor y sin embargo la gente no deja de trabajar.
En los países que viven mejor, como Alemania, Dinamarca o Suiza, trabajan más. Vivir mejor, en mi opinión, es beneficiarse de buenos sueldos si se trabaja de verdad, poseer un buen sistema sanitario y educacional con libertad de elección, tener buenas carreteras y autopistas, y disfrutar de tranquilidad y orden en las calles de los pueblos y ciudades. No se puede vivir bien, con comodidades, trabajando poco y visitando bares el resto del día, a no ser que para algunos vivir bien sea estar sin dar un palo al agua, y a cuenta de los que trabajan.
Los trabajadores que han estado en Suiza y no tienen devoción por el trabajo cuentan que es un país muy aburrido, porque no hay fiestas como en España. Sin embargo, los que la tienen hablan de lo bien que se vive allí, y de la gran seriedad y educación de las gentes de este pequeño país centroeuropeo. Estos últimos, cuando comparan el funcionamiento de aquel país con el nuestro dicen que hay una gran diferencia a favor de aquel en todos los sentidos.
Es verdad que en países como Finlandia, u otros del norte de Europa o Canadá, debido a su climatología tan dura, casi no se puede hacer otra cosa que trabajar.
Y usted también puede decirme que según alguna encuesta publicada, España y Brasil son los dos países donde más horas se trabaja. Yo le contesto que es posible que el clima influya en la holgazanería y en las ganas de fiesta, pero no estoy de acuerdo con lo último. España y Brasil pueden ser los dos países donde los trabajadores pasan más horas en sus lugares de trabajo, pero esto no es lo mismo que trabajar más horas.
En España, y me imagino que en la mayoría de los países del sur de Europa y en los sudamericanos, se pierde mucho tiempo durante el horario de trabajo sin hacer nada y hablando de asuntos extra laborales. No hay más que ir, por ejemplo, a un organismo o empresa pública, a un aeropuerto, o a una calle o carretera en las que se esté haciendo alguna obra, para ver a muchos trabajadores descansando o cuchicheando entre ellos.
Recuerdo, cuando era pequeño, haberle oído a un tío político que había trabajado en la construcción en Nueva York, que si durante el periodo de trabajo diario un peón iba dos o más veces al cuarto de baño, al día siguiente se le enviaba al médico para ser examinado porque no se consideraba normal ir más de una vez al aseo en cada turno.
Más recientemente, cuando visité con otros médicos un hospital de Nueva Orleans, me llamó la atención que cuando nuestro anfitrión, un doctor americano, nos presentó como médicos españoles a una secretaria que trabajaba sentada delante de un ordenador, esta no se levantase, solo nos hiciese un gesto de bienvenida con la cabeza y siguiese trabajando. Lo normal en España hubiera sido que se hubiese puesto de pie, nos hubiese saludado uno a uno e incluso nos hubiese dado un beso. Allí, como en Inglaterra, se saluda con palabras, se da menos la mano que aquí, y solo se saluda con un beso a la gente conocida y en una sola mejilla para perder menos tiempo.
Por todo lo comentado y por el ahora que estamos viviendo en nuestro país, creo que debemos tener muy presente lo que dijo André Maurois: 'cuando el horizonte es negro y la tempestad amenaza, el trabajo es el único remedio contra el mal que nos acecha'.
info@clinicajoaquinlamela.com