Michael
Jordan, grande entre los grandes, merecería por sí mismo una sección propia en
esta serie. Sirva como pequeña muestra de su leyenda este partido, el quinto y decisivo de la
primera ronda de los playoffs del año 1989, disputado un 7 de mayo contra el Cleveland Cavaliers, una
de sus víctimas favoritas.
Recordaremos
aquí al Jordan de sus primeros años en la NBA: explosivo, espectacular, icono ya de una
generación de millones de jóvenes espectadores, líder indiscutible de un
pujante Chicago Bulls. Pero inmerso en una cruzada particular por demostrar al
mundo que era mucho más que el mejor anotador de la Liga –más de 32 puntos de
media- y el mayor vendedor de camisetas de la historia, una misión similar a la de Lebron James.
Aquel
Chicago tenía ya bien asentadas las bases de su posterior dominio en la NBA. El inclasificable
Bill Cartwright había sustituido a Charles Oakley –íntimo de Air y pese a su
monumental enfado- en el puesto de pívot, mientras Scottie Pippen y Horace Grant –todavía
sin sus clásicas gafas- aprendían el oficio. John Paxson, en un papel muy
secundario, el bombardero Craig Hodges, Sam Vincent, Brad Sellers y el canoso
David Corzine –imposible imaginar a este jugador en la NBA actual- integraban las
rotaciones. En la dirección, el frenético Doug Collins amaba el protagonismo y contaba
a su lado con el ‘becario’ Phil Jackson.
Si
Chicago estaba de moda, Cleveland no era menos. Un atractivo equipo entrenado
por otro exjugador, Lenny Wilkens, posteriormente el técnico con mayor número
de victorias de la historia. Un señor entrenador, elegante y comedido en las
formas. Un tipo con clase. Sus Cavaliers habían terminado la fase regular con
el segundo mejor récord del Este, tras unos intratables Pistons, y apuntaban a
la final de conferencia, gracias a un estilo alegre y colectivo.
Contaban
con dos elegantísimos jugadores, Larry Nance –extraordinario concurso de mates
en 1984- y Ron Harper –también compitió en los concursos de Seattle 87 o Houston 89- a quien muchos comparaban con Jordan por su parecido físico.
Mark Price, más cercano a Steve Nash que a John Stockton, ocupaba el puesto de
base, con magníficos porcentajes de tiros libres y triples, mientras el tan excelente
como frágil Brad Daugherty imponía su técnica bajo el aro. El único ‘lunar’ y error
histórico de gestión fue el ala pívot ‘Hot’ Rod Williams, irregular jugador al
que Cleveland pagó una millonada para mantener en el equipo cuando se convirtió
en agente libre. Llegó a ganar más que Jordan en una temporada (sic). La inversión
se convirtió en una ruinosa operación.
El
bonito pero antiguo ‘Richfield Coliseum’ -apenas 20.000 espectadores- fue el escenario de un disputado y
emocionante partido. Igualado desde el comienzo. Curiosamente, Jordan comenzó tan
despistado como desconocido. No anotó durante los cinco primeros minutos,
recibió un taponazo de Harper, ocupó el puesto de base director –idea de un Doug
Collins empeñado en demostrar que su chico podía rendir en varios puestos- y
cometió dos faltas que le relegaron al banquillo. Chicago se mantuvo vivo en el
primer cuarto gracias a la aportación de sus compañeros y de un inspirado
Scottie Pippen (28-24).
Jordan
comenzó a carburar a partir del segundo período, pese a fallar -¡era humano!-
un mate estratosférico durante un contragolpe, pero el juego colectivo de
Cleveland dominaba siempre el marcador, con ventajas de entre uno y siete
puntos. Fue Pippen, el casi siempre fiel escudero, quien desplegó un juego
total en ambos campos, con los lógicos errores de juventud. Por parte local,
destacó el marginal Craig Ehlo, alero blanco muy infravalorado por este
deporte, pese a una sólida carrera profesional. Después será uno de los
protagonistas en el final.
Tras
un ajustado 48-46 en la primera parte, la competencia comenzó a incrementarse
en la segunda. El tercer cuarto fue el de la recuperación espectacular de
Jordan, autor de 18 de los 23 puntos de Chicago, con canastas de todo tipo y
factura: penetraciones, suspensiones, juego al poste… Nadie podía defenderle.
Pero no importaba mucho, pues Cleveland seguía por delante -75-69 al final del
tercero- gracias a la dirección y acierto exterior de Mark Price.
El
último cuarto comenzó de forma trepidante. Con un duelo espectacular entre
Jordan y Craig Ehlo, quien no estaba invitado a la fiesta y contaba 16 puntos saliendo
desde el banquillo. La inspiración de Michael, bien secundado bajo el aro por
Grant permitió, por fin, a Chicago adelantarse en el marcadora a falta de seis
minutos, 82-84. El balón incrementaba su temperatura. Mientras Jordan asumía
toda la responsabilidad, los Cavaliers acusaban los nervios y confiaban sus
opciones en Ehlo, héroe inesperado.
Así
se alcanzó el último minuto. Pippen marcó un triple -95-97- que Ehlo devolvió
con otro -98-97- en la cara de Jordan, a falta de 19 segundos. ‘Air’ no se
amilanó, respondiendo con un canastón tras finta y con codazo a su rival. Es el
98-99, a
falta de 6 segundos.
Balón
para Cleveland en la banda de Chicago. Elho sacó, recibió la pelota casi en mano de
Nance y corrió como un misil hacia la canasta, logrando dos puntos entre varios rivales y con un público entregado. Jugada casi magistral, si no fuese por dejar la última
posesión al rival. 100-99, a
flata de sólo tres segundos.
¿Partido
decidido? Nunca, cuando Jordan es tu rival. Balón a la banda. Brad Sellers
buscó a un compañero. Entonces Jordan se zafó cual pantera del marcaje de Nance
y Ehlo. Recibió, sorteó a Ehlo botando con la mano izquierda y lanzó una de las suspensiones más famosas de
su carrera, porque anotó el tiro tras mantenerse un segundo más en el aire que
todos los rivales que intentaron taponarle. La secuencia es ya historia del
baloncesto. El salto de celebración fue quizá comparable al del tiro, mientras
Ehlo se derrumbaba desesperado y Doug Collins corría como un loco por la pista. Jordan terminó con 44 puntos, 9
rebotes y 6 asistencias. Chicago eliminó a Cleveland y accedió a la semifinal
de conferencia, donde esperaban los Knicks de Rick Pitino. Otra serie donde el
gran mito de Brooklyn aumentará su leyenda.
Este
partido podría ser el culminante para cualquier jugador del mundo. Para Jordan
simplemente fue uno más. Es la diferencia entre los dioses y los mortales.
Michael Jordan is one of the greatest basketball players. In 1989, game five vs Cleveland Cavaliers, he won the match with a incredible shot. Cleveland was a very good team -Nance, Harper, Price, Ehlo, Daugherty- but Chicago began to write the dinasty. An unforgettable game.