La estupidez es definida por el diccionario de la Real Academia Española
como torpeza notable en entender las cosas. Me referiré aquí a la
estupidez de los que tienen una titulación universitaria y de los que
incluso ocupan o han ocupado altos cargos en la administración o
gobierno del Estado. No me referiré a las personas que nacen con alguna
deficiencia mental por una enfermedad o trastorno genético.
Uno de los descubridores del ADN, James Watson, decía en una
entrevista concedida en 2003 que muchas personas se sienten muy
incómodas cuando les explicas que algunos individuos tienen unos
cerebros mejores que otros y sin embargo aceptan muy bien cuando les
dices que unos jugadores de fútbol son mejores que otros. Y que en Gran
Bretaña muchas personas se enemistaron con él cuando había dicho que la
estupidez es una enfermedad. Terminaba expresando que la gente prefiere
creer que si una persona es estúpida es porque ha tenido malos
profesores, pero en muchos casos es simplemente una cuestión genética.
He discutido en más de una ocasión con un amigo mío, al que considero, y
lo es, muy inteligente, acerca de la estupidez de algunos antiguos
-todavía no lo hemos hecho de los actuales- ex ministros del gobierno de
España. Yo le decía que los consideraba estúpidos, o al menos muy poco o
nada inteligentes, y él me contradecía opinando que si habían llegado a
ese puesto tan alto de la administración del Estado tenían que ser
inteligentes. Le contesté que habían sido elegidos para desempeñar el
cargo por otras personas aún en una posición más alta, tampoco por eso
necesariamente no estúpidas, y que los nombramientos podrían haberse
basado en el pago de favores pendientes, como gratificación de ciertas
deudas -muy frecuentes entre los personajes políticos- o por
conveniencia del partido político al que pertenecían.
Al mismo tiempo, para rebatirlo, le recomendé a mi amigo que repasase la
segunda parte del librito 'Allegro ma non troppo', que ya cité en
alguna otra ocasión en estas páginas de La Región y recomendé a los
lectores que lo leyesen, titulada por el autor como Las Leyes
Fundamentales de la Estupidez. Por si usted no lo hace, me atrevo a
extractarle las ideas principales.
Carlo Maria Cipolla dice en este librito que entre los burócratas,
generales, políticos y jefes de Estado, sin olvidarnos de los prelados,
se encuentra el más exquisito porcentaje de individuos fundamentalmente
estúpidos, cuya capacidad de hacer daño al prójimo ha sido (o es)
peligrosamente potenciada por la posición de poder que han ocupado (u
ocupan). Afirma, además, que en experimentos llevados a cabo en muchas
universidades del mundo con respecto al porcentaje de estúpidos en los
cuatro grupos de la población universitaria ?bedeles, empleados,
estudiantes y cuerpo docente- , se confirmó que el porcentaje de
personas estúpidas era igual en los cuatro grupos. Y que entre los
premios Nobel había también una fracción constituida por estúpidos.
Y continúa diciendo el autor que la pregunta que a menudo se plantean
las personas razonables es qué como es posible que estas personas
estúpidas lleguen a alcanzar posiciones de poder o autoridad. Él explica
que las clases y las castas (tanto laicas como eclesiásticas) fueron
las instituciones sociales que permitieron un flujo constante de
personas estúpidas a puestos de poder en la mayoría de las sociedades
preindustriales y que en el mundo industrial moderno su puesto lo
ocuparon los partidos políticos, la burocracia y la democracia. Y
termina expresando que en el seno de un sistema democrático, las
elecciones democráticas son un instrumento de gran eficacia para
asegurar el mantenimiento estable de la porción de estúpidos entre los
poderosos, porque según la Segunda Ley la probabilidad de que una
persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra
característica de la misma persona- y la Tercera -una persona estúpida
es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin
obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un
perjuicio- una fracción de personas que votan son estúpidas y las
elecciones le brindan una magnífica ocasión de perjudicar a todos los
demás, sin obtener beneficio a cambio de su acción y por tanto estas
personas cumplen su objetivo, contribuyendo al nivel de estúpidos en el
poder.
Además, siempre según el autor, aunque se trata de un grupo no
organizado -sin jefe, presidente o estatuto-, el conjunto de personas
estúpidas es tan numeroso que consigue actuar en perfecta sintonía como
si estuviesen guiados por una mano invisible, de tal modo que las
actividades de cada una de ellas consigue reforzar y ampliar la eficacia
de la acción de las demás. El escritor dice que este grupo es más
poderoso que la Mafia o la Internacional Comunista.
Y señala que el poder político, económico o burocrático aumenta el poder
de una persona estúpida, pero también los estúpidos son peligrosos
porque a las personas razonables les resulta difícil imaginar y entender
un comportamiento estúpido, y por eso el ataque les coge por sorpresa.
La quinta ley fundamental dice que la persona estúpida es el tipo de
persona más peligrosa que existe.
Sobre el poder de la estupidez dice que la persona inteligente sabe que
es inteligente, el malvado es consciente de que lo es, el incauto está
penosamente imbuido de su propia candidez y al contrario de todos estos
personajes el estúpido no sabe que es estúpido. Cuando charlaba hace
poco con otro excelente médico amigo acerca de algunos compañeros decía
precisamente lo mismo pero, como él me había regalado el librito, no
puedo asegurar que su idea no hubiese sido tomada del avispado
economista italiano.
Creo que otra característica de las personas estúpidas es la terquedad.
Ya decía Baltasar Gracián, "todos los necios son obstinados y todos los
obstinados son necios". Afortunadamente, como decía Averroes, "cuatro
cosas no pueden ser escondidas durante largo tiempo: la riqueza, la
pobreza, la ciencia y la estupidez".
Extraído de La Región (11-03-2012)
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