En 1978, el entrenador de
baloncesto Jaume Berenguer persiguió por Barcelona un gigantesco muchacho con
pinta estrafalaria. Se llamaba Miguel Tarín Ruíz (1962) e iba a medir dos
metros y 17
centímetros. Sería el proyecto culé más ambicioso, el
‘anti Romay’ a emplear contra el Real Madrid. Pero había un pequeño problema.
El chico era un rockero romántico, con la cabeza en California, en conducir una
Harley y en parecerse a Marlon Brando. El Barça se implicó en su formación, fue
convocado por la selección, bautizado como ‘el Tkachenko español’, el primer
jugador patrocinado por la emergente marca ‘Nike’… Pero no pasó de 39 partidos
en la liga ACB, pululando entre varios clubes sin repercusión. En 1993 abandonó
el baloncesto para siempre, hastiado por un escenario demasiado cruel y
exigente para su carácter y personalidad. Además, este deporte no era en
absoluto su pasión, una desgracia cuando sobrepasas los siete pies. Tarín se
refugió en una granja granadina, donde llegó a cuidar a decenas de perros. Hoy,
ecologista convencido, reniega de su carrera deportiva y del mundo. Siempre
fue un rockero atrapado en un cuerpo de jugador de baloncesto. Una desgraciada paradoja. Para él, la nobleza de un perro supera a la de la inmensa mayoría de humanos.
Publicado en La Región (30-11-2009)