(Antes
de ver este partido, recomiendo a todo buen aficionado al baloncesto que repase
toda la serie final de 1998 y, si es posible, después de ver la de 1997. No es
imprescindible pero sí recomendable para degustar este excelente postre).
A
finales de los años 90, confluyeron dos extraordinarios equipos en la NBA, de estilo diferente en su
filosofía, Chicago Bulls y Utah Jazz. Los Bulls plenos de talento individual y
físico de jugadores únicos, bien acompañados por gregarios solventes, todos
ellos con el carácter de los campeones. Los Jazz con un marcado sello de
trabajo, sacrificio, juego en equipo y dos referencias ineludibles. El primero
simbolizaba el glamour y el estrellato de la gran urbe. El segundo, la dureza
de la montaña y el conservadurismo de una sociedad más tradicional.
Ambos
protagonizaron dos series finales de seis partidos, todos de excepcional nivel
físico, mental, técnico y táctico, a excepción del cuarto de 1998, una soberana
paliza de los Bulls. Cualquiera del resto no tiene desperdicio. En la serie de
1997, Jordan decidió el primero en el último segundo, remató el quinto pese a jugar
medio desmayado y facilitò el tiro clave de Steve Kerr en el sexto, para ganar
el quinto anillo.
En
la serie de 1998, el gran John Stockton fulminó el primer partido con un triple
en la prórroga, los Bulls se llevaron un segundo muy igualado y se despidieron
con un sexto –el que analizamos- que ya es historia del baloncesto. Insisto,
ambas series finales no tienen desperdicio y se degustan como un buen caviar.
Sexto
partido de la final de la NBA
de 1998 en el Delta Center de Salt Lake, la capital mormona de los Estados
Unidos. La serie volvía a Utah con un igualado 2-3 en el marcador. Ambos
equipos lograron cambiar el factor cancha a su favor. Los Jazz eran los
favoritos al comienzo de la final por varios motivos: la madurez y solidez
mostrada para alcanzar su segunda final consecutiva y la ‘renqueante’ llegada
de los Bulls, apurando el séptimo partido contra los Pacers y envuelto en mil y
un problemas de renovaciones, polémicas –con Dennis Rodman no se esperaba otra
cosa- y ese supuesto desgaste físico y mental de los años. Aspectos de los que
no entienden los campeones.
Chicago
comenzó perdiendo, pero con el transcurso de la serie fue de menos a más y bien
pudo rematar la serie en su United Center, en el quinto partido. Con un Jordan
absolutamente inconmensurable, bien asistido a veces por Pippen, otras por
Kukoc, otras por Rodman. Utah realizó tres partidos en Chicago por debajo de su
verdadero nivel, deseando volver a su casa donde, al amparo de un público
entusiasta, se sentía capaz de cualquier cosa.
Una
muestra de ese entusiasmo se comprobó cuando los Jazz llegaron al aeropuerto de
Salt Lake. Nada menos que 5.000 aficionados se presentaron en el recinto a las
3 de la madrugada –la ciudad es un desierto a partir de las 20 horas de la
tarde- para recibir a su equipo. En el Delta Center el sonido durante la
presentación del equipo fue tal que muchos jugadores necesitaron taparse los
oídos. La NBA
multó dos veces al club por superar los decibelios aconsejables. Era la pista
más caliente de la liga.
Quintetos
titulares. Por parte de los locales las dos indiscutibles estrellas: Karl
Malone y John Stockton; un excepcional
tirador aunque un tanto por debajo de su nivel habitual, Jeff Hornacek, más los
trabajadores Bryon Russell y Adam Keefe, entrenados por el inflexible y
protestón Jerry Sloan. Los toros dispusieron su cinco de gala de la segunda
dinastía: Air, Pippen, Ron Harper, Luc Longley, y Kukoc en lugar de Rodman,
fuente de numerosas polémicas al pasar más tiempo en Las Vegas que en Salt
Lake. Dennis llegó a decir que los mormones eran tan agradables como los
esfínteres, un sentimiento mutuo por parte de los fans de los Jazz, quienes le
dedicaron decenas de pancartas con todo tipo de comentarios sobre su estilo de
vida. Pippen jugaba mermado por problemas en la espalda que apenas le permitían
correr y Harper por un proceso vírico. Phil Jackson incluso era criticado en
Chicago por entonces.
La
primera parte fue un duelo al sol entre las dos estrellas de ambos equipos.
Kart Malone marcó 20 puntos, 12 de los 22 primeros de los Jazz, destrozando en
el poste bajo a los pivots de los Bulls. Sólo la entrada de Rodman consiguió
paliar en cierta forma su efectividad, a base de continuos encontronazos.
Chicago
dominó los primeros minutos, hasta que Pippen se vió obligado a retirarse al
vestuario para recibir tratamiento en su espalda. También influyó el buen
trabajo del banquillo de Utah, en especial de su base Howard Eisley y del pívot
Antoine Carr. Al base le anularon un triple espectacular, absolutamente legal
una vez vista la repetición a cámara lenta y con el cronómetro en pantalla.
Utah tomó el mando al final de primer cuarto y lo mantuvo prácticamente durante
el segundo. En él despertó Jordan, con un repertorio de tiros en suspensión,
penetraciones, tiro exterior, etc… que no se correspondían con un jugador a
punto de la retirada. Terminó esta parte con 23 puntos. Su defensor Russell
comenzó a sentirse impotente, como un augurio de lo que vendría después.
Injusto
sería limitar este partido a Malone y Jordan. Durante buena parte del segundo
cuarto el juego fue pleno de acierto, intensidad, aportación de todos los
jugadores, ambiente caliente, roces, decisiones arbitrales discutibles,
protestas contínuas… Todos los ingredientes de un buen espectáculo deportivo.
Utah se fue al vestuario con una pequeña ventaja, 49-45, y la sensación de
recobrar su mejor juego.
La
segunda parte transcurrió con las idas y venidas de Scottie Pippen al
vestuario. Baja que notaron los Bulls, pese a que Kukoc comenzó a asumir la
responsabilidad. Bajo el aro, Malone siguió causando estragos, expulsando a un
extrañamente inoperante Longley por cuatro faltas. El partido se endureció y
proliferaron los enfrentamientos: Stockton contra Harper, Jordan contra
Russell… ninguno al nivel entre el ‘Cartero’ y Rodman. A falta de seis minutos
para el final del tercer cuarto, ambos protagonizaron una de las imágenes del
partido, enzarzándose en un embrollo de codazos, zancadillas y empujones de
camino hacia el aro de los Jazz. Hasta tres veces rodaron por el suelo mientras
las cámaras de televisión se recreaban con el espectáculo. Rodman, en su salsa
y Malone siempre dispuesto a ir a la guerra. Utah dominaba con una renta de
hasta siente puntos, llegando al último acto con ventaja de cinco, 66-61.
Se
acercaba el final y la tensión aumentó. Y en ese escenario sólo los mejores
sobreviven. A partir del 74-73 del minuto 6, Michael Jordan tomó el mando, sacó
la guitarra y comenzó su solo. Le acompañaron en la guerra el incomparable
Dennis al rebote y un Kukoc al nivel de sus final four con la Jugoplastika. En
Utah todos se encomendaron a los santos Malone & Stockton. Nadie osaría
discutir el esfuerzo, la pasión y el talento de los protagonistas de este
partido.
Repasemos
el último minuto. Jordan empató el partido con nervios de acero en los tiros
libres, 83-83. En el turno de los Jazz, John Stockton anotó un triplazo limpio
que enloqueció al público. Como el que clasificó a los Jazz contra Houston en
sus primeras finales. Stockton era un aparentemente débil base de tez pálida,
con una cabeza privilegiada y un físico descomunal dentro de un cuerpo normal.
Tuvo minutos de auténtica perfección durante las finales del 97 y 98. 86-83,
los Jazz por delante a falta de 41”.
Turno
del más grande. Jordan encaró y superó a Russell, anotando una bandeja y evitando
a la vez a la mole Antoine Carr. 86-85, 35” segundos por disputar y tiempo muerto de
Utah. No habrá sorpresas, 2x2 con Malone y Stockton. Por supueto.
Stockton
encaró el lado izquierdo del campo, bajo el aro esperaba Malone. Hornacek,
defendido por Jordan, cortaba por la línea de fondo para dejar espacio al
Cartero, defendido por Rodman. El instinto, la experiencia o ese extra que le
diferencia del resto de humanos, llevaron a Jordan a no continuar el corte con
Hornacek y a volver por sus pasos, sorprendiendo por detrás a Malone. Un
manotazo y la pelota quedó suelta, por fin en sus manos.
No
solicitó tiempo muerto. Faltaban 19 segundos y era su momento. Subió el balón,
sus compañeros se abrieron para facilitarle el aclarado. Enfrente estaba Bryon
Russell, un buen jugador, completo en ataque y defensa. Cuando Michael se
retiró por primera vez, ambos coincidieron en un gimnasio y él le dijo de broma
que era una pena, porque quería secarle en la pista. Ahora estaban juntos.
Jordan
aguantó el balón en el centro del campo de ataque. A falta de unos ocho
segundos ataca a Bryon. Parecía escaparse por la derecha –como en la jugada
anterior- pero una frenada en seco, un quiebro y un cambio de mano hacia la
izquierda le propiciaron ganar una gran ventaja hacia atrás. Russell no pudo
aguantar el ‘reprise’ y perdió el equilibrio hacia delante. Jordan agarró la
pelota y se levantó en otra de esas suspensiones majestuosas. Terminó su tiro apuntando
con los dedos hacia el aro, mientras la pelota se besa la red. Esta canasta era
el final perfecto a una carrera perfecta. 86-87, 45 puntos y sexto anillo en
seis finales. Así se escribe la historia.
Mazazo
para rivales y afición. Utah dispuso de 5,2 segundos para ganar o empatar. El
triple salvador de Stockton no entró en esta ocasión. Segunda final perdida.
Cruel castigo para un equipo extraordinario, un equipo con mayúsculas que practicaba
un baloncesto total, injustamente olvidado en las hemerotecas de la NBA. Cruel castigo para
dos extraordinarios jugadores, Malone y Stockton, a quienes el destino siempre
negó un título más que merecido. El base se resignó y se retiró sin salir de
casa. Malone ni siquiera pudo ganarlo con los Lakers.
No
le fue mejor a este histórico Chicago. El equipo se desmembró durante el
verano, mientras Jordan anunció su retirada, la segunda. Años después
regresaría con Washington. A toro pasado, muchos opinamos que él tenía dos
opciones mucho mejores. Una: jugar uno o dos años más con Chicago u otro equipo
aspirante al título. Todavía conservaba un nivel superior al 98% de los rivales,
suficiente para competir al más alto nivel. No así en su tercera etapa.
Dos,
aguantarse las ganas y no volver a pisar una cancha. Porque aquel partido en
Utah era el final perfecto a una carrera perfecta del deportista perfecto. Porque
cuando has sido tan grande, cualquier cosa que hagas después parece
insuficiente.
Pero su pasión por el juego pudo a la sensatez que mostraron otros jugadores, como Julius Erving. Y a Jordan se lo perdonamos todo, por supuesto.
Pero su pasión por el juego pudo a la sensatez que mostraron otros jugadores, como Julius Erving. Y a Jordan se lo perdonamos todo, por supuesto.
In 1997 and 1998, Utah Jazz and Chicago Bulls played the NBA finals. 12 extraordinary games with five of the best players in basketball history: Karl Malone, John Stockton, Scottie Pippen, Dennis Rodman and Michael Jordan. The 1998 sixth match was the perfect ending to the best. The game is summed up in a phrase: 'The last shot'.