Se fue don Juan Carlos I. Esta
abdicación-huída cuando España está en un momento complicado no es nada nuevo
en la dinastía de los Borbones. Ya su abuelo don Alfonso XIII, en un
inolvidable acto de cobardía, hizo lo mismo en 1931 a consecuencia de unas
elecciones municipales que además ¡habían ganado los monárquicos! Anteriormente
su tatarabuela doña Isabel II, en 1868, salió pitando para Francia desde San
Sebastián - donde estaba veraneando-, cuando el golpe de Estado de 1868
capitaneado por el almirante Topete y el general Prim. Escapar de las responsabilidades,
mirar para otro lado y dejar tirados a sus más fieles servidores, parece ser
una constante familiar.
En 1975, don Juan Carlos I
recibió de Franco, además de la
Corona, unas importantes facultades (que después regaló a los
partidos políticos) para poder ser un verdadero árbitro de la política nacional: Un país con gran sentido del patriotismo y la unidad nacional (el separatismo
no tenia fuerza alguna), una amplia clase media, un consolidado sistema de
previsión social y una Administración sólida con unas dimensiones razonables. La presión fiscal no ahogaba a nadie y la deuda nacional era ínfima. A pesar de
ser, en teoría, un régimen intervencionista, la economía y la vida social
funcionaban con una gran libertad.
La España que deja don Juan
Carlos, en su precipitada huida, está al borde de la implosión: La secesión
regional es el problema principal (su Majestad nunca tuvo el coraje de hacerle
frente), la deuda pública llega prácticamente al 100% del PIB, el paro es descomunal, la
corrupción inunda todo el espectro político -de la que tampoco se libra su familia más cercana-; las autonomías -obra
suya y de Suárez- son la principal causa del desguace de la nación y pozo sin
fondo del despilfarro, el nepotismo y la corrupción.
En esta abdicación-huída no
faltan los habituales turiferarios -entre los que se encuentra Esperanza
Aguirre-, que lo consideran el mejor rey de la historia de España. Ya se sabe
que decir gansadas no tributa, por ahora, al Fisco; pero ya que nos provocan
vamos a ver la trayectoria del “mejor rey de España”.
Don Juan Carlos, no tuvo ningún
remordimiento en quebrar la sucesión dinástica y apartarse de su padre, el voluble conde de
Barcelona y heredero de don Alfonso XIII, para que Franco lo hiciese rey de
España.
Juró solemnemente las Leyes Fundamentales y
los Principios del Movimiento Nacional (la Constitución actual
no la juró, simplemente la sancionó), juramento que más adelante se saltó, por
lo cual puede decirse que fue un rey perjuro.
Prometió al Ejército estar a su
lado en el Sáhara “cuando sonase el primer disparo”, pero por detrás chalaneaba con su “primo”, el rey
de Marruecos Hassan II, obligando a que
nuestras Fuerzas Armadas saliesen con el rabo entre las piernas, dejando
a los nativos a merced de la teocracia marroquí.
Como es habitual en los Borbones, se sirvió de
Torcuato Fernández Miranda, para hacer el
cambio escrupuloso del franquismo a la partitocracia desde “la Ley a la Ley” y después lo dejó a un
lado -a don Juan Carlos nunca le gustó demasiado la gente seria e ilustrada-
por el arribista Adolfo Suárez, con el propósito de liquidar el Movimiento,
dividir la derecha española y hacer una muy deficiente Constitución, cuyos
errores ahora estamos pagando caro.
Cuando se cansó de Suárez (ya que
deseaba echarse en brazos del PSOE), le organizó una turbia maniobra cuya
consecuencia final fue el golpe 23 de febrero de 1981, que supuso la cárcel a
los generales Armada y Milans del Bosch, dos fieles monárquicos, mientras que
Su Majestad quedaba ante la población como “el salvador de la democracia”. Los
libros del historiador Jesús Palacios y la periodista Pilar Urbano desmontan
esta farsa, muchos años mantenida, a pesar de que ya al día siguiente del
golpe, el notario García Trevijano señalaba directamente a don Juan Carlos como
el principal causante.
En la actualidad, la razón y
principal función de la
Monarquía es mantener la unidad de España, así como, también,
ser un referente de ejemplaridad. Los últimos años del reinado de don Juan
Carlos se caracterizaron por una sucesión continua de bochornosos escándalos
personales, un enriquecimiento injustificable y, sobre todo, una dejación
intolerable de sus obligaciones. La peor, su inhibición y vergonzoso
comportamiento ante la amenaza separatista.
En su triste discurso de
despedida, no tuvo una palabra para quien reinstauró la Monarquía en España
–caso único en Europa en el siglo XX-, y a él lo hizo rey; la gratitud tampoco
es una virtud que le adorne. Aunque don Juan Carlos no llegó al nivel de
infamia de sus antecesores Fernando VII (otro rey populachero como él), o
Carlos IV, tiene méritos sobrados para colocarse inmediatamente detrás de ellos,
como el tercer peor rey de la dinastía
borbónica.