Final
de salto con pértiga en el estadio olímpico. Victoria del brasileño Thiago
Branz Da Silva con el apoyo de una afición comprensiblemente entusiasmada con
su compatriota, pero injustificablemente enfrentada a sus rivales. Bochornosos
abucheos para desconcentrar al resto de competidores, en especial contra el
francés Renaud Lavillenie, incapaz de contenerse en la pista sin responder. La
escena se repitió en la entrega de medallas. Sonó el himno brasileño, lloró
Lavillenie, impotente y frustrado ante tamaño desprecio. Lamentable imagen. “Es
un público acostumbrado al fútbol”, explican algunos. Ser aficionado al fútbol,
ser de origen humilde o desconocer un deporte no implica ser un maleducado ¿En
qué lugar se acostumbra a insultar al atleta que recoge una medalla de plata?
En la
categoría de pesos pesados de Judo, el egipcio Islam El Shenaby perdió su
combate y se negó a estrechar la mano al israelí Or Sasson. Hay dos razones
posibles: Un simple cabreo por la derrota, malo; o un gesto, sincero o forzado,
ante la amenaza de radicales de su país por participar en una competición junto
al eterno enemigo. Esta opción es dura, otro reflejo de países incompatibles
con el espíritu olímpico. En el Judo es un gesto imperdonable. El COI expulsó
al egipcio de la Villa, sanción sorprendente por parte de una institución
acostumbrada a bajarse los pantalones ante las exigencias musulmanas.
Publicado en La Región(24-09-2016)