La semana pasada el diario El Mundo publicaba en su Suplemento de Deportes un interesante reportaje sobre la saltadora de altura croata, Blanka Vlasic. (Desearía poner un vínculo, pero la página es de pago). El reportaje firmado por Eduardo J. Castelao describe el método de entrenamiento de quien se espera supere la marca mundial en los próximos Juegos Olímpicos de Pekín.
Vlasic (8 de noviembre de 1983) de enormes ojos y mirada de reptil se entrena en un destartalado local en el cuarto piso de un centro comercial en su natal Split, llamado nada menos que Broadway Kina. Un gimnasio improvisado por su padre y entrenador, Josko, que nos recuerda a los que veíamos en los reportajes deportivos de la antigua Unión Soviética y sus países satélites. Nada que ver con los Centros de Alto Rendimiento de la próspera Europa, aunque el resultado sitúa al desangelado lugar entre los mejores. Sin vídeos, sin fisioterapeutas, sin más ordenadores que un cuadernillo color verde de su padre. Una vez más se comprueba que el talento y el hambre de triunfo se crecen ante la escasez. ¿O será ese el secreto para no acomodarse y superar cualquier adversidad?
Blanka tiene tres hermanos: Luka, Marin -quien jugó en la NCAA pero ahora piensa retomar el atletismo- y Nikola, de quien se dice es un prodigio en el fútbol a sus nueve años. Cuenta con unas excepcionales condiciones físicas, un ambiente familiar deportivo y la mentalidad adecuada para trabajar cada día. En el Mundial de Osaka saltó los 2,05 metros para el oro, marcándose el bailecito de las imágenes. En Pekín intentará superar los 2,09, el récord actual de Stefka Kostadinova. Lo consiga o no, su empeño es un ejemplo para tantos jovencitos que hoy se quejan porque no quieren entrenarse cuando llueve o no están dispuestos a sufrir para alcanzar la gloria. Esta chica gana dos millones de dólares y cada día abre el gimnasio a las 8,00 de la mañana.