En el Japón, la muerte es siempre más soportable que el deshonor. Kokichi Tsuburaya (1940-1968) era un excelente maratoniano, preparado con paciencia y disciplina oriental para honrar a su país en los Juegos Olímpicos de Tokio, en 1964. Después de 42 kilómetros de sufrimiento y una trepidante carrera, Kokichi entró en el estadio en segundo lugar, detrás de la inalcanzable leyenda etíope, Abebe Bikila. Pero fue superado en los últimos metros por el inglés Heatley, ante de su público. Una humillación personal. Ni el bronce ni las felicitaciones por su esfuerzo le consolaron. "He avergonzado a mi país públicamente y sólo obtendré su perdón si gano el Maratón de México 68", llegó a confesar a un compañero. Obsesionado, se sometió a un plan de preparación inhumano, aislado de novia, amigos y familiares. Tal exceso de carga física y mental le provocó dos severas lesiones, en 1967. Recuperado, más por el deber que por el sentido común, retomó el entrenamiento espartano. Dos meses después comprobó, desesperado, que sus piernas flojeaban. Estaban rotas, saturadas. Se negaban a obedecer su cabeza. Competir, ya no ganar, era imposible. No pudo soportar el golpe ni confesar su debilidad a nadie. Una noche de enero de 1968 se cortó la arteria carótida, aferrado a su medalla de bronce de Tokio. "No puedo correr más", dejó escrito. Fue una cuestión de Honor.
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Legend say that Polínexa, mother of Alexander the Great, she dreamed that her son had been fathered by Zeus. The birth coincided with the victory of her husband, Philip of Macedonia, in the horse race of the Games of 256 BC. In honor of this victory, Polínexa changed her name to Olympia. Her dream was fulfilled. Alexander was the Zeus of the then known world. An indefatigable conqueror. The sport is now as war and his figures the new myths of our era. Let's dream.
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