Podría haber terminado acribillado a balazos en algún suburbio de Auckland (Nueva Zelanda) pero el hijo de maoríes Jonah Tali Lomu (1975) encauzó su camino vital gracias al rugby. Se convirtió en un ídolo de masas, traspasando por primera vez las fronteras de su deporte en la Copa del Mundo de 1995, cuando anotó varios ensayos inolvidables, pasando literalmente por encima de sus rivales. Breve felicidad, ese mismo año le diagnosticaron una nefropatía crónica. Sus riñones no estaban al ritmo de su espectacular cuerpo, de 1,96 metros de altura y 125 kilos de potencia. No se amedrentó, y jugó casi 500 partidos hasta el año 2003, un Mundial incluido, sufriendo en silencio deshidrataciones, parálisis, las diálisis diarias y la permanente incertidumbre de terminar en una silla de ruedas para el resto de su vida. En 2004 lo suyo ya era una cuestión de supervivencia. Un riñón, cedido por un amigo periodista, le salvó la vida. Intentó volver al máximo nivel, pero otras lesiones se lo impidieron entonces. Su carrera fue la de un hombre casi perfecto, en una lucha diaria y silenciosa contra la adversidad. Siempre nos quedará la duda de hasta dónde pudo llegar John Lomu.
Publicado en La Región (14-05-2008)