Bombachos, gorra, medias altas y zapatos lustrosos. El golfista estadounidense Payne Stewart (1957-1999) parecía en el campo uno de esos clásicos jugadores de principios de siglo. Cinco veces en la Ryder Cup y sexto puesto en el ránking oficial, Stewart era reconocido como un caballero en el césped y el animador del circuito profesional desde su ingreso, en 1979. Casado y padre de dos hijos, la vida le sonreía, pero fue un guiño traicionero. Un 25 de octubre volaba en un jet en dirección a Dallas, para disputar otro torneo. Por motivos atmosféricos, el avión tuvo que ascender a los 45.000 pies. Un fallo en el sistema de aislamiento dejó sin oxígeno a Stewart y sus cinco acompañantes en apenas un minuto. Fulminante. Con el piloto automático, el jet continúo 2.500 kilómetros, hasta caer sin combustible en un descampado de Dakota. Un plácido y macabro viaje hacia la muerte, escoltado por seis impotentes cazas de la armada estadounidense. Payne no pudo siquiera despedirse de su desesperada esposa, quien le llamó al teléfono móvil sin cesar.
Publicado en La Región (20-10-2008)
Publicado en La Región (20-10-2008)