Dice la leyenda que Polínexa, madre de Alejandro Magno, soñó que su hijo había sido engendrado por el mismísimo Zeus. El nacimiento coincidió con la victoria de su marido, Filipo de Macedonia, en la carrera hípica de los Juegos del 256 a.C. En honor a tal triunfo, Polínexa cambió su nombre por el de Olimpia. Su sueño se cumplió. Alejandro fue el Zeus del mundo conocido entonces. Un infatigable conquistador. El deporte es hoy lo más parecido a la guerra y sus figuras los nuevos mitos de nuestra era. Soñemos.
Legend say that Polínexa, mother of Alexander the Great, she dreamed that her son had been fathered by Zeus. The birth coincided with the victory of her husband, Philip of Macedonia, in the horse race of the Games of 256 BC. In honor of this victory, Polínexa changed her name to Olympia. Her dream was fulfilled. Alexander was the Zeus of the then known world. An indefatigable conqueror. The sport is now as war and his figures the new myths of our era. Let's dream.
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martes, 24 de abril de 2012
PARTIDOS LEGENDARIOS / CLASSICS GAMES: 1972 OLYMPIC FINAL USA vs USSR
Es posible que este partido sea el más famoso de la historia del baloncesto. No por la calidad del juego y sus protagonistas, en absoluto, sino por su trascendencia y repercusión histórica. La final de baloncesto olímpica de los Juegos de Munich, disputada el 9 de Septiembre de 1972 entre las selecciones de la Unión Soviética y los Estados Unidos, encumbró nuestro deporte en el primer lugar de importancia en un mundo ya de por sí convulso.
Recuerden, nos encontramos en plena ‘guerra fría’ entre el bloque occidental capitalista, liderado por Estados Unidos y el oriental-comunista, comandado por la URSS. En unos Juegos marcados para siempre por los atentados terroristas del grupo palestino ‘Septiembre Negro’, que costaron la vida a 11 atletas israelíes y la retirada de su país ante la tibia respuesta del comité Olímpico. Los Juegos del primer caso por dopaje en baloncesto, el del portorriqueño Miguel Coll. Los Juegos donde la Unión Soviética terminó con la espectacular racha de 63 victorias seguidas y cuatro finales ganadas de los estadounidenses. Toda una conmoción para los inventores de este maravilloso deporte.
Estados Unidos culpó para siempre a los árbitros –el brasileño Righetto y el búlgaro Arabadjian- amén de a la FIBA. Lo cierto es que, como era costumbre en aquellos años, menospreció a los demás participantes. “No sabíamos lo duros que iban a ser nuestros rivales”, así lo reconoció años después el jugador americano Mike Bantom. Redujo la preparación de su equipo a cuatro semanas (algún ‘Dream Team’ ha tenido menos entrenamientos) dejó fuera de la convocatoria a la estrella universitaria Bill Walton y no supo valorar en justa medida la progresión de la selección soviética, que poseía entre otros a dos excepcionales jugadores, y no hermanos: el base Sergei Belov –irreconocible sin su bigote y melenas posteriores- y el pívot Alexander Belov –autor de la canasta más famosa y de muy triste final (ver en Balas Perdidas). “Cuando posees a un par de locos en tu equipo todo es posible. No teníamos miedo a nadie y mirábamos a los americanos a los ojos”, recordaba Sergei sobre aquel equipo. A todo esto hay que añadir que la URSS dominó el partido desde el comienzo. Sólo una heroica reacción estadounidense permitió una última oportunidad, donde se produjo la polémica, todavía no zanjada 40 años después.
Ambas selecciones accedieron a la final con una serie de ocho victorias sin fallo. En Estados Unidos recordamos a dos clásicos de los Sixers: Doug Collins –después segundo entrenador de Jordan en la NBA- y al gran ‘six man’ Bobby Jones. Al inolvidable técnico Henry Iba y, muy especialmente, a su primer ayudante. Un John Bach, años después arquitecto del ataque en triángulo de los Bulls y Lakers. Al otro lado del campo estaba el mejor equipo del ‘otro mundo’ –Paulauskas, Sakandelidze, Edeshko…- dirigido por Vladimir Kondrashin, en sustitución del ‘apartado’ Alexander Gomelski, castigado por diferencias con las autoridades moscovitas de la época.
La final comenzó en un abarrotado Basketball-Halle de Munich, con gente dispersa muy cerca del parquet, superando con amplitud los 7.000 espectadores. Pantalones muy cortos, trajes más propios para la lucha libre, y un juego rudimentario por ambas partes. La URSS, no se asombren, dominó desde el salto inicial gracias a su contragolpe -0-5- y a la espectacular salida desde el banquillo de Sergei Bélov, autor de 12 puntos seguidos -11-21-. Los jóvenes universitarios estadounidenses se vieron sorprendidos y reaccionan con nervios, hasta que Tom Henderson despertó y permitió a su país alcanzar el final de la primera parte con una ventaja remontable, 21-26. Pueden comprobar que el partido no era de una calidad exquisita y rezumaba nerviosismo.
El dominio soviético perduró en la segunda parte. En el minuto 30 el partido se calentó al rojo vivo con las faltas descalificantes de Dwight Jones y Mihail Korkia por un amago de pelea tras un rebote. Nada grave. Lo peor sucedió en el salto neutral siguiente, cuando el pívot americano Jim Brewer cayó de cabeza contra el suelo y quedó aparentemente aturdido. Años después confesó a la prensa que había disputado el resto del partido con la visión borrosa y sin recordar nada de lo sucedido antes del golpe.
LA URSS mantuvo el control del partido hasta la desesperada salida a pista del escolta blanco Kevin Joyce. Tres canastas seguidas de Joyce, más dos tiros libres de Doug Collins, y la URSS sintió el aliento norteamericano en la nuca, 46-47 a falta de dos minutos. Las muñecas se encogieron. El miedo a ganar. Se llegó así al último minuto más famoso de este deporte.