De entre todas las candidatas al Oscar que he podido ver este año, ninguna se acerca al nivel de 'The wolf of Wall Street' (El Lobo de Wall Street). Leonardo DiCaprio y Martin Scorsese forman de nuevo un dúo magnífico para contarnos la vida de Jordan Belford, un corredor de bolsa convertido en insaciable millonario y depredador de todo tipo de vicios. El sexo, drogas y rock and roll, lema de cualquier estrella musical se transforma en sexo, drogas y bolsa. Scorsese mantiene su lenguaje directo, sin concesiones políticamente correctas -elementos que no gustan en Hollywood ni al sensible público occidental- logrando que una película de tres horas transcurra de forma tan fulgurante como trepidante. DiCaprio, sensacional.
Scorsese no juzga, expone una visión sobre el circo de la Bolsa y el mundo de las finanzas, una jungla sin escrúpulos donde un lobo salvaje puede campar a sus anchas. Frente a él, se contrapone la figura íntegra de un agente del FBI que persigue los delitos fiscales y se obsesiona por capturarlo. Una película de Oscar -como tantas otras- aunque a la academia le produzca alergia.