Leo
en la sección ‘El Mundo que viene’
del diario nacional ‘El Mundo’ la
casi siempre interesante entrevista a un casi siempre interesante personaje del
mundo científico o intelectual. En este caso la publicada el 11 de enero de
2014 con el inventor y experto informático neoyorkino Ray Kurzweil, autor del
libro ‘Cómo crear una mente’ (Lola
Books, 2013) donde expone su teoría del cerebro y la posibilidad de recrear sus
funciones con la ayuda de un ordenador. Una propuesta ilusionante, apasionante,
pero con un cariz cuando menos inquietante según avanza la lectura.
“En 2030 podremos conectar el cerebro a
otro exterior que lo hará más potente”,
afirma el experto. La idea es simple: “Será
un híbrido de nuestro neocórtex biológico […] nuestros conocimientos, recuerdos
y habilidades estarán almacenados en la nube, almacenados ahí a salvo de
cualquier enfermedad o accidente […] Esa extensión crecerá exponencialmente en
los próximos años y será nuestro cerebro dominante en apenas una o dos
décadas”.
¿Cómo
será ese ‘asistente’ y nuestra conexión física con él? “Habrá transmisores minúsculos del tamaño de nuestros leucocitos que
podremos introducir sin cirugía en nuestro cerebro”.
Esa
tecnología abre una puerta inmensa. La de crear seres similares a nosotros con
un cerebro incluso superior. ¿Es posible? “Mi
impresión es que habrá dispositivos capaces de desarrollar algunas tareas
humanas en apenas cinco años y dispositivos al nivel del ser humano en apenas
16”, afirma Kurzwell.
Todos
pensamos en el siguiente paso. El periodista Eduardo Suárez también y pregunta:
-¿En algún momento tendrán derechos
estos robots?
-Llegará el momento en que habrá
dispositivos más inteligentes que los seres humanos, capaces de enfadarse o
sonreír. Habrá quien defina esos sentimientos como simulaciones de la realidad
[…] Mi impresión es que no nos convendrá llevarnos mal con ellos y que les
concederemos los mismos derechos que a una persona.
Como
dato personal, el investigador confiesa que ingiere nada menos que 150
pastillas diarias, suplementos de vitaminas y minerales “para estar sano hasta que los científicos puedan modificar los genes
que causan enfermedades como el cáncer o la demencia senil”. De hecho,
alberga el objetivo de devolver la vida a su padre: “El proyecto es crear un avatar al que yo no pueda distinguir de mi
padre […] Tengo a mi alcance información suficiente –ADN- para ello”.
Estas
declaraciones nos hacen reflexionar. De inmediato nos invaden imágenes de
películas como ‘Terminator’, ‘Blade Runner’, ‘Yo, robot’, ‘Inteligencia
Artificial’… En las cuales la ambición del ser humano por convertirse en un
Dios creador y/o aspirar a la inmortalidad terminan con resultados
catastróficos.
Todos
quisiéramos vivir más y mejor. Hacerlo extensivo a nuestros seres queridos. Devolverles
la vida cuando una tragedia trunca su trayectoria. Es humano, lógico y
razonable. Pero ¿Estamos preparados para ello? Y no es el aspecto físico el más
importante. ¿Está cualificada psicológica, moral y filosóficamente nuestra
especie para gestionar semejante poder? ¿Quién establecería los límites?
¿Cuáles serían? ¿Quién controlaría a los científicos? ¿Y a los gobiernos? ¿Qué
cambio supondría en los países con gran influencia religiosa? ¿Qué víctimas
–experimentos erróneos- se quedarán por el camino hasta la perfección? Son
preguntas que asustan a cualquiera, más en un planeta cuya historia se ha
escrito con sangre y sufrimiento, como corresponde a nuestra condición natural.
Así
nos hemos quedado, más inquietos que ilusionados.