Para un político de altos vuelos,
nada mejor que morirse para que los defectos se transformen en virtudes y que
los encarnizados enemigos, que en vida lo despedazaban, pasen a ponerlo de ejemplo a imitar y, con
cara compungida, lo señalen como una irreparable pérdida política.
Este comportamiento se repitió
hasta la náusea con el reciente fallecimiento de Adolfo Suárez por parte de
aquellos partidos y personajes que en su momento lo apuñalaron con ferocidad y
que despectivamente le llamaban “chusquero de la política”. Recordemos, cuando
gobernaba, los despiadados ataques del PSOE y de las frases que le dirigía
Alfonso Guerra: “el tahúr del Mississippi con chaleco floreado”; “un perfecto
inculto procedente de las cloacas de franquismo”; “se subiría a la grupa del
caballo de Pavía si entrara de nuevo en el Congreso”, recordando lo que había
pasado en la Primera República
(por cierto, el general Pavía no entró en el Congreso ni a caballo ni a pie,
fue la Guardia Civil
bajo el mando de un oficial la que hizo el desalojo).
Adolfo Suárez González se formó y
creció políticamente en las filas del franquismo, donde llegó al cargo de
ministro Secretario General del Movimiento, es decir, la esencia doctrinal del
Estado del 18 de Julio. Hombre de escasas lecturas pero con una ambición
desmedida, buen olfato político, valiente y decidido, conocía a la perfección
todos los vericuetos del Régimen en donde se movía como pez en el agua. Esto no
pasó desapercibido para el entonces Príncipe de España, don Juan Carlos de
Borbón que, al convertirse en rey, vio
en Suárez la persona ideal, junto con el cerebro de la Reforma Torcuato Fernández
Miranda, para liberarlo de sus solemnes juramentos a las Leyes Fundamentales y
lidiar con los políticos y militares opuestos a la demolición del Estado que
dejó Franco.
Cambiar de ideales políticos o
religiosos es respetable, siempre que partan de una reflexión y, sobre todo, no
suponga un interés material evidente o que, por cobardía intelectual, convenga remar
a favor de la corriente; cuando no es así deja de ser decente y se denomina
cambiar de chaqueta. Suárez pasó, en un abrir y cerrar de ojos, de la lealtad
inquebrantable a los Principios del Movimiento al, hasta entonces, denostado sistema demo-liberal. A
partir de ese momento, con el afán del nuevo converso, empezó a destruir su
pasado político anterior y amargarle la vida los que se lo recordaban como Rafael García
Serrano, Jaime Campmany o Emilio Romero, entre otros.
Don Juan Carlos pronto borboneó
al sensato Fernández Miranda y, para desgracia de España, Suárez quedó al frente de la Reforma política (borbonear
es un verbo relativo a la dinastía de los Borbones que significa utilizar a sus
más fieles servidores para tareas complicadas y después darles la patada. Es lo
que hizo don Alfonso XIII con Antonio
Maura y el general Primo de Rivera, y don Juan Carlos I con Fernández Miranda,
Suárez y los generales Armada y Milán del Bosch).
Suárez libre de la tutela de
Fernández Miranda (ni siquiera fue a su entierro) y en sintonía con el rey,
dirigió el cambio político hacia la partitocracia (vulgarmente llamada
democracia). A la vez que destruía la Administración e instituciones franquistas las
utilizaba para ganar las elecciones; también engañó al Ejército prometiéndoles
que no se legalizaría el Partido Comunista. Como buen centrista, favoreció a
los partidos de izquierda cuya influencia en la sociedad era minúscula, hasta
acabar entregándoles la TVE y dividió a la derecha de
la cual renegaba.
En su deriva izquierdista,
coqueteó con Arafat y otros conspicuos personajes del Tercer Mundo; la ETA atentaba sin parar ante la
inoperancia de su gobierno; el paro subió a dos millones (¡quién nos diera
ahora esa cifra!) y se hizo una Constitución cuyos errores hoy padecemos. El
principal, sin la menor duda, fue el engendro autonómico, gigantesca estafa que
Suárez, los partidos y el Rey metieron a los españoles; principal causa de la
ruina y el desguace actual de España. Por solo esto, merecen ya pasar al
basurero de la historia.
En 1980 las cosas estaban muy mal
y la magia de Adolfo Suárez ya se había evaporado. Todos estaban contra él: la
oposición; el rey, que deseaba echarse en brazos del PSOE; el Ejército; los
sindicatos; y hasta en su propio partido, los llamados barones que se
consideraban todos más listos que Suárez, conspiraban contra él. Se preparó un
golpe de estado para echarlo pero él se adelantó y dimitió. De lo que pasó en
el 23 de febrero de 1981 y su gestación se va conociendo la verdad, pero ya
García Trevijano, dos días después, apuntó directamente a S.M. el Rey; lo sigue
manteniendo y nunca fue desmentido ni procesado.
Suárez abandonó UCD y creo otro
partido, el Centro Democrático y Social, más escorado a la izquierda. La gente
que ahora tanto lo ensalza no lo votó y el CDS acabó con más pena que gloria; Suárez
se retiró de la vida política. A partir del 2004, una terrible enfermedad lo
apartó definitivamente del mundo.
Rokudán