Muchos aún buscan al sucesor de Jordan o Maradona (¿quizá Messi?). Algunos, los más cercanos, creyeron encontrar en su momento al descendiente natural del fenómeno del ajedrez, Bobby Fischer, en la persona de Joshua Waitzkin (New York, 1976). Un pequeño genio formado en los tableros públicos del Parque Washington Square, repletos de pillos y truhanes. Fred, padre de Josh, periodista deportivo en el New York Times, se obsesionó ante un porvenir glorioso y millonario. Contrató como tutor a Bruce Pandolfini y se llevó a ambos a Moscú, para ver en directo a sus futuros rivales. Nada menos que Karpov y Kasparov. Se convirtió en el papi promotor, forofo y pésimo educador, dentro de un mundo de buitres. Josh era muy bueno, pero no un fuera de serie, de los que nacen uno entre millones. No era un Fischer. La presión por el estreno de una película -Searching for Bobby Fischer- y una prensa excesiva le desbordó. En 1994, absolutamente bloqueado, perdió el Mundial en categoría Juvenil y el rumbo. Saturado, necesitaba liberar su mente. Apartó de un plumazo el ajedrez y encontró el Tai Chi Chuán, siendo dos veces campeón del Mundo. Ahora se dedica al Jiu Jitsu, lejos de un padre opresivo y una competición voraz. La que devora a criaturas cuyo único objetivo era divertirse con un juego maravilloso.
Publicado en La Región (28-01-2008)
Publicado en La Región (28-01-2008)