Existen balas perdidas que vuelven al cargador después de una trayectoria desviada. El bateador de béisbol estadounidense Darryl Strawberry (Los Ángeles, 1962) lo tenía todo, absolutamente todo, a su favor. Un origen acomodado, lejos de los guetos de otros compañeros de raza, y un talento natural que puso a Nueva York en la palma de su mano. En 1986, a los 24 años, ya era campeón de la Major League. Tenía fama, dinero, la izquierda más temida por los rivales, pero una cabeza de chorlito. Sus éxitos deportivos fueron igualados, y superados, por sus líos: varios ingresos en la cárcel por malos tratos a sus parejas, evasión de impuestos, agresiones pistola en mano, y una solicitud de prostituta que resultó ser una policía, muy atractiva, pero policía; cuatro ingresos en clínicas de desintoxicación, tres de ellos por cocaína; dos divorcios, cinco hijos reconocidos y uno ilegítimo, dos mujeres amenazadas y golpeadas a diario; escapadas sin rumbo fijo ante el desconcierto de sus diversos equipos, suspensiones por todo tipo de infracciones... Y un cáncer de cólon para completar el festival. Quizá entonces Darryl vió la luz y resucitó, comenzando una durísima rehabilitación. Pudo estar entre los más grandes del deporte rey de su país. Hoy, superado el cáncer, intenta vencer otros demonios interiores y ser el mejor Strawberry posible.
Publicado en La Región (12-05-2008)
Publicado en La Región (12-05-2008)