Allá, en ese andamio se reclina Miguel Ángel,
sin hacer más ruido que los ratones
Sus manos se mueven de aquí para allá,
como una mosca de patas largas sobre el arroyo.
Su mente se mueve sobre el silencio
Guillermo A. Laich De Koller.
Licenciado y Doctor en Medicina y Cirugía.
doctorlaich@gmail.com
En el verano del año 1987 conocí personalmente al campeón mundial de Fórmula Uno, Ayrton Senna, en Sao Paolo, Brasil. Entonces me encontraba impartiendo una serie de conferencias sobre el deporte de alto rendimiento en Río de Janeiro y Sao Paolo, conjuntamente con el campeón mundial y Mr. Universo Louis Freitas (Madrid, 1987).
Louis y yo fuimos invitados personalmente por Ayrton para asesorarle sobre su preparación física en un pequeño gimnasio de Sao Paolo. Recuerdo que se quejaba de los efectos de la fuerza “g” en las curvas, las aceleraciones y deceleraciones, y respecto a las vibraciones producidas por un motor girando a más de 18.000 revoluciones por minuto. Su visión era la mejor que jamás he conocido, siendo capaz de distinguir claramente los números de una matrícula de automóvil a 200 metros.
Pero lo que más distinguía a Ayrton de los demás pilotos era su capacidad mental de decisión rápida y efectiva, así como su habilidad para activar su mente inconsciente en situaciones extremas. En algunas ocasiones Ayrton superó ampliamente los límites del rendimiento humano.
El acontecimiento que les voy a relatar sucedió en el pintoresco y complejo circuito de Mónaco en el año 1988. La carrera ahí suele ser relativamente lenta porque es un trazado difícil, requiriendo altísimos niveles de concentración. De hecho, los pilotos suelen estar constantemente cambiando de marcha, acelerando, desacelerando, frenando, girando, y controlando a los demás coches.
El sábado previo a la carrera, en una de las series de calificación, a Ayrton le sucedió algo fuera de lo normal. Daba la sensación de estar conduciendo de una manera sobrehumana, de estar más allá de los límites permitidos por las leyes físicas de la Formula Uno. Todo lo que hacía estaba bien hecho. No se equivocaba nunca. Su coche se desplazaba como una seda por el complicado circuito, como si de poesía en movimiento se tratase. Su conducción era superior a la del resto de los pilotos.
Al finalizar las series de calificación un periodista Británico le preguntó qué era lo que sentía al conducir de esa manera tan extraordinaria. La respuesta de Ayrton fue clara. Esto es lo que dijo:
“Tenía la sensación de que el conductor no era yo –que era otro-. Ese otro se me presentaba cada vez con mayor fuerza y asumía cada vez más el control a medida que iba más rápido y requería un esfuerzo mayor. Al comienzo era el primero en la clasificación. Iba en cabeza por unas décimas de segundo, luego por medio segundo, y después por más de un segundo. Me limitaba simplemente a seguir mejorando mis tiempos –fluyendo sin pensar ni dudar de nada-. Continué mejorando, hasta que llegué a estar dos segundos por delante de todos los demás pilotos (algo impensable en Mónaco), incluyendo a mi compañero de escudería, Alain Prost, quien corría con un coche idéntico al mío. No sé como ocurrió, pero en un determinado momento me di cuenta, de repente (Ayrton chasquea los dedos en el aire), de que estaba mucho más allá de mi límite y del coche. Mi mente estaba en otro lado – no sé dónde exactamente-. Mónaco es un circuito pequeño, estrecho, y tortuoso, pero en esos momentos tuve la sensación de estar en un túnel, el circuito se me presentaba como un túnel con raíles que me guiaban. Yo seguía y seguía con total control. Naturalmente, no circulaba sobre raíles, pero lo sentí así.”
“Entonces, de golpe (Ayrton chasquea los dedos en el aire otra vez) tomé consciencia y me di cuenta de que lo que estaba haciendo era demasiado. Reduje la velocidad. Volví lentamente hacia los boxes y me dije que no volvería a salir aquel día. En ese momento sentía que estaba totalmente indefenso por haber superado todos los límites. No era consciente de lo que sucedía en ese túnel con raíles –no se trataba de estar fuera de control o fuera de uno mismo– el control era total o incluso superior – y el túnel simplemente seguía, seguía, y seguía. Fue una experiencia francamente sorprendente.”
Pero Ayrton no fue el único que experimentó este proceso, ya que también le suele ocurrir a otros deportistas de élite. Quizá parte de su experiencia se debiese a que permitió que una de sus “mentes” funcionase por sí sola, sin control voluntario. En su caso, una mente más profunda e inconsciente tomó las riendas y se hizo cargo de la situación, conduciendo sin supervisión ni inhibiciones hasta que el Ayrton consciente, el que pudo conceder una entrevista a la revista “Carr”, se asustó de lo que hacía su otra mente mientras tenía el mando. Lo curioso del caso es que Ayrton, por alguna razón desconocida, debió de relajar los controles conscientes ya que el día siguiente, por primera y única vez en su historia, saltó con su coche por encima de una valla provocando sin querer un extraño accidente, sin causas que lo explicaran.
Los virtuosos en todos los terrenos que actúan al límite de sus facultades, como los pianistas y directores de orquesta, desarrollan movimientos con las manos mucho más rápidos de lo que se puede controlar conscientemente. Y no solo los virtuosos son capaces de realizar estas proezas, pues los mecanógrafos y los prestidigitadores hacen lo mismo. Muchos de ellos suelen decir que piensan con sus manos o sus dedos del mismo modo que Albert Einstein solía decir que su lápiz pensaba por él. Diego Maradona decía que en el campo sus ideas pensaban por él. Algunos karatekas de nivel internacional, con largos años de entrenamiento y meditación zen en su haber, en ocasiones suelen decir después de un combate: “No sé si fui yo quien movió mi mano, o si fue mi mano quien me movió a mí.” En ellos, como en algunos otros, otra mente, una mente inconsciente que no formula preguntas, ni dudas, ni posee límites, toma las riendas y actúa, sin necesidad de ninguna injerencia externa, y sin control consciente. Sabe lo que tiene que hacer –y lo hace- es un saber que no se sabe.
La percepción interior de Ayrton mientras conducía más allá del límite, revela que las distintas partes de la mente pueden tomar el mando en cualquier momento y sin que nos demos cuenta. Según Ayrton, él no sabía quien estaba al volante. Este tipo de control puede ocurrir mientras pracicamos un deporte, cantamos una canción, pintamos un cuadro, u operamos en un quirófano – y de hecho suele suceder así. En ocasiones nos percibimos como si fuéramos más de un ser. Sin duda la evolución de nuestra mente humana construyó un yo sobre otro yo, o sea una reproducción específica sobre una reacción específica.
Ayrton pudo comprobar que su mente inconsciente tomaba el control en situaciones donde su rendimiento se media en milésimas de segundo. La complejidad de su mente consciente racional había alcanzado su límite funcional y dio paso a otra mente inconsciente más irracional; simple, directa, rápida, intuitiva, y eficaz. Este mismo proceso es capaz de controlar múltiples movimientos realizados a alta velocidad con una precisión asombrosa. Como suele ocurrir en una concertista de piano capaz de ejecutar 20 o 30 notas por segundo (cada una requiriendo entre 400 y 600 acciones motoras distintas), o bien en otras personas cuya habilidad motora de ejecución requiera una combinación e integración de sutileza, precisión, y velocidad sumamente elevada. Cuando funcionamos al límite de nuestras posibilidades somos conscientes de que nos resulta imposible controlar nuestros actos de manera consciente –de hecho el consciente estorba-. Pero en general no es necesario que percibamos este hecho conscientemente.
Las facultades de la mente humana están ensambladas de acuerdo a distintas escalas de complejidad. Las más básicas están relacionadas con la supervivencia inmediata, las intermedias con la adaptación al mundo conforme cambia, y las más complejas con la habilidad de razonar y el sentido del yo. Todas ellas parecen poseer inteligencias independientes que a menudo actúan e interactúan sin que la “lenta, ingenua, y torpe” conciencia se dé cuenta. Por todo esto, y para que nuestro único y auténtico arte aparezca, nosotros y nuestro yo consciente debemos saber desaparecer.
Fue así como en Mónaco, en el año 1988 Ayrton Senna se asomo al oscuro y misterioso abismo donde se encuentra esa otra mente inconsciente. Un estado inconsciente de nuestra consciencia que se caracteriza por poseer una llave de acceso a un saber que no se sabe. Un saber intuitivo, silencioso, y profundo que siempre está ahí... pero no nos damos cuenta de ello.
sin hacer más ruido que los ratones
Sus manos se mueven de aquí para allá,
como una mosca de patas largas sobre el arroyo.
Su mente se mueve sobre el silencio
Guillermo A. Laich De Koller.
Licenciado y Doctor en Medicina y Cirugía.
doctorlaich@gmail.com
En el verano del año 1987 conocí personalmente al campeón mundial de Fórmula Uno, Ayrton Senna, en Sao Paolo, Brasil. Entonces me encontraba impartiendo una serie de conferencias sobre el deporte de alto rendimiento en Río de Janeiro y Sao Paolo, conjuntamente con el campeón mundial y Mr. Universo Louis Freitas (Madrid, 1987).
Louis y yo fuimos invitados personalmente por Ayrton para asesorarle sobre su preparación física en un pequeño gimnasio de Sao Paolo. Recuerdo que se quejaba de los efectos de la fuerza “g” en las curvas, las aceleraciones y deceleraciones, y respecto a las vibraciones producidas por un motor girando a más de 18.000 revoluciones por minuto. Su visión era la mejor que jamás he conocido, siendo capaz de distinguir claramente los números de una matrícula de automóvil a 200 metros.
Pero lo que más distinguía a Ayrton de los demás pilotos era su capacidad mental de decisión rápida y efectiva, así como su habilidad para activar su mente inconsciente en situaciones extremas. En algunas ocasiones Ayrton superó ampliamente los límites del rendimiento humano.
El acontecimiento que les voy a relatar sucedió en el pintoresco y complejo circuito de Mónaco en el año 1988. La carrera ahí suele ser relativamente lenta porque es un trazado difícil, requiriendo altísimos niveles de concentración. De hecho, los pilotos suelen estar constantemente cambiando de marcha, acelerando, desacelerando, frenando, girando, y controlando a los demás coches.
El sábado previo a la carrera, en una de las series de calificación, a Ayrton le sucedió algo fuera de lo normal. Daba la sensación de estar conduciendo de una manera sobrehumana, de estar más allá de los límites permitidos por las leyes físicas de la Formula Uno. Todo lo que hacía estaba bien hecho. No se equivocaba nunca. Su coche se desplazaba como una seda por el complicado circuito, como si de poesía en movimiento se tratase. Su conducción era superior a la del resto de los pilotos.
Al finalizar las series de calificación un periodista Británico le preguntó qué era lo que sentía al conducir de esa manera tan extraordinaria. La respuesta de Ayrton fue clara. Esto es lo que dijo:
“Tenía la sensación de que el conductor no era yo –que era otro-. Ese otro se me presentaba cada vez con mayor fuerza y asumía cada vez más el control a medida que iba más rápido y requería un esfuerzo mayor. Al comienzo era el primero en la clasificación. Iba en cabeza por unas décimas de segundo, luego por medio segundo, y después por más de un segundo. Me limitaba simplemente a seguir mejorando mis tiempos –fluyendo sin pensar ni dudar de nada-. Continué mejorando, hasta que llegué a estar dos segundos por delante de todos los demás pilotos (algo impensable en Mónaco), incluyendo a mi compañero de escudería, Alain Prost, quien corría con un coche idéntico al mío. No sé como ocurrió, pero en un determinado momento me di cuenta, de repente (Ayrton chasquea los dedos en el aire), de que estaba mucho más allá de mi límite y del coche. Mi mente estaba en otro lado – no sé dónde exactamente-. Mónaco es un circuito pequeño, estrecho, y tortuoso, pero en esos momentos tuve la sensación de estar en un túnel, el circuito se me presentaba como un túnel con raíles que me guiaban. Yo seguía y seguía con total control. Naturalmente, no circulaba sobre raíles, pero lo sentí así.”
“Entonces, de golpe (Ayrton chasquea los dedos en el aire otra vez) tomé consciencia y me di cuenta de que lo que estaba haciendo era demasiado. Reduje la velocidad. Volví lentamente hacia los boxes y me dije que no volvería a salir aquel día. En ese momento sentía que estaba totalmente indefenso por haber superado todos los límites. No era consciente de lo que sucedía en ese túnel con raíles –no se trataba de estar fuera de control o fuera de uno mismo– el control era total o incluso superior – y el túnel simplemente seguía, seguía, y seguía. Fue una experiencia francamente sorprendente.”
Pero Ayrton no fue el único que experimentó este proceso, ya que también le suele ocurrir a otros deportistas de élite. Quizá parte de su experiencia se debiese a que permitió que una de sus “mentes” funcionase por sí sola, sin control voluntario. En su caso, una mente más profunda e inconsciente tomó las riendas y se hizo cargo de la situación, conduciendo sin supervisión ni inhibiciones hasta que el Ayrton consciente, el que pudo conceder una entrevista a la revista “Carr”, se asustó de lo que hacía su otra mente mientras tenía el mando. Lo curioso del caso es que Ayrton, por alguna razón desconocida, debió de relajar los controles conscientes ya que el día siguiente, por primera y única vez en su historia, saltó con su coche por encima de una valla provocando sin querer un extraño accidente, sin causas que lo explicaran.
Los virtuosos en todos los terrenos que actúan al límite de sus facultades, como los pianistas y directores de orquesta, desarrollan movimientos con las manos mucho más rápidos de lo que se puede controlar conscientemente. Y no solo los virtuosos son capaces de realizar estas proezas, pues los mecanógrafos y los prestidigitadores hacen lo mismo. Muchos de ellos suelen decir que piensan con sus manos o sus dedos del mismo modo que Albert Einstein solía decir que su lápiz pensaba por él. Diego Maradona decía que en el campo sus ideas pensaban por él. Algunos karatekas de nivel internacional, con largos años de entrenamiento y meditación zen en su haber, en ocasiones suelen decir después de un combate: “No sé si fui yo quien movió mi mano, o si fue mi mano quien me movió a mí.” En ellos, como en algunos otros, otra mente, una mente inconsciente que no formula preguntas, ni dudas, ni posee límites, toma las riendas y actúa, sin necesidad de ninguna injerencia externa, y sin control consciente. Sabe lo que tiene que hacer –y lo hace- es un saber que no se sabe.
La percepción interior de Ayrton mientras conducía más allá del límite, revela que las distintas partes de la mente pueden tomar el mando en cualquier momento y sin que nos demos cuenta. Según Ayrton, él no sabía quien estaba al volante. Este tipo de control puede ocurrir mientras pracicamos un deporte, cantamos una canción, pintamos un cuadro, u operamos en un quirófano – y de hecho suele suceder así. En ocasiones nos percibimos como si fuéramos más de un ser. Sin duda la evolución de nuestra mente humana construyó un yo sobre otro yo, o sea una reproducción específica sobre una reacción específica.
Ayrton pudo comprobar que su mente inconsciente tomaba el control en situaciones donde su rendimiento se media en milésimas de segundo. La complejidad de su mente consciente racional había alcanzado su límite funcional y dio paso a otra mente inconsciente más irracional; simple, directa, rápida, intuitiva, y eficaz. Este mismo proceso es capaz de controlar múltiples movimientos realizados a alta velocidad con una precisión asombrosa. Como suele ocurrir en una concertista de piano capaz de ejecutar 20 o 30 notas por segundo (cada una requiriendo entre 400 y 600 acciones motoras distintas), o bien en otras personas cuya habilidad motora de ejecución requiera una combinación e integración de sutileza, precisión, y velocidad sumamente elevada. Cuando funcionamos al límite de nuestras posibilidades somos conscientes de que nos resulta imposible controlar nuestros actos de manera consciente –de hecho el consciente estorba-. Pero en general no es necesario que percibamos este hecho conscientemente.
Las facultades de la mente humana están ensambladas de acuerdo a distintas escalas de complejidad. Las más básicas están relacionadas con la supervivencia inmediata, las intermedias con la adaptación al mundo conforme cambia, y las más complejas con la habilidad de razonar y el sentido del yo. Todas ellas parecen poseer inteligencias independientes que a menudo actúan e interactúan sin que la “lenta, ingenua, y torpe” conciencia se dé cuenta. Por todo esto, y para que nuestro único y auténtico arte aparezca, nosotros y nuestro yo consciente debemos saber desaparecer.
Fue así como en Mónaco, en el año 1988 Ayrton Senna se asomo al oscuro y misterioso abismo donde se encuentra esa otra mente inconsciente. Un estado inconsciente de nuestra consciencia que se caracteriza por poseer una llave de acceso a un saber que no se sabe. Un saber intuitivo, silencioso, y profundo que siempre está ahí... pero no nos damos cuenta de ello.