Nuestra pequeña Orenseville tiene graves carencias, entre ellas la proyección de películas fuera de los círculos de distribución más comerciales. Por fortuna, contamos con el Cine Club Padre Feijoo, cuyos miembros se preocupan de traer los trabajos que nunca veríamos entre el Padornelo y el Finisterrae.
La última proyección fue la de “Moon”, incluida en el mes de la ciencia ficción. Tenía muchísima curiosidad por ella, después de ver alguna reseña en televisión con motivo del Festival de Sitges. Está dirigida por Duncan Jones, a quien su condición de hijo de David Bowie parece le perseguirá como eterna etiqueta si no se labra un camino exitoso por su cuenta.
De “Moon” me gustaron hasta los títulos de crédito. Es una película futurista, de estética tipo “Alien” sin necesidad de grandes alardes de efectos especiales. Más bien refleja la prolongación natural de nuestra tecnología, que algún día llegará a explotar los planetas más cercanos, con todas las limitaciones que impone el medio. No necesita de más de dos protagonistas, que son el mismo, para mantener la atención durante toda la película. Otra circunstancia que contribuye a ello es la sensación de permanente soledad, de indefensión frente a los acontecimientos, de desesperación de quien ve derrumbarse los pilares de su existencia. Porque la sola idea es aterradora. Imagine encontrarse con una copia perfecta de usted mismo, con los mismos pensamientos y sentimientos. Pujando por reafirmarse como la auténtica hasta descubrir que ambos son marionetas de un poder superior.
Algunos detalles nos recuerdan a la grandísima “2001” de Kubrick, en la relación entre el protagonista, un trabajador de una base recolectora en la Luna, y el ordenador que controla toda la infraestructura. Si bien el final de este dúo será muy diferente. Un tanto ingenua por parte del director, he de escribir.
“Moon” nos hace reflexionar sobre una inquietante cuestión ya en nuestros días. ¿A dónde nos llevarán las investigaciones sobre el genoma humano y la clonación? Sus evidentes beneficios médicos son indudables, pero ¿quién controlará a quienes poseen tan tentador poder? ¿Quién evitará que, por ejemplo, una hipotética empresa espacial disponga de trabajadores clonados, fabricando sus sentimientos y disponiendo de ellos como si fuesen esclavos? El progreso debería conducirnos hasta una mayor libertad individual –piensen en Internet- pero, como todo lo humano, posee la otra cara, la oculta de la Luna, la perversa que nos convierte en rebaño, con o sin nuestro conocimiento. Es una lucha vital que el hombre mantiene desde su existencia y, me temo, hasta el fin de los tiempos. No dejen que llegue ese momento para ver esta interesante película.