Lean y aprendan. Los aztecas, aquellos indígenas americanos que vivían en perfecta armonía con las tribus rivales, nunca habían visto un caballo hasta el desembarco de los españoles en terra incognita. Tal fue la impresión, durante el amistoso encuentro entre ambas civilizaciones, que llegaron a pensar que hombre y equino eran un solo ser, divino e inmortal.
Aztecas, mayas, congoleños o tibetanos. Todos concluirían que el ciudadano medio de la pequeña Ourenseville es un ser a una embrague pegado. Una conjunción homo ex machina, en perfecta integración dentro del ecosistema auriense. Así es, queridos amigos. Mientras las grandes megalópolis abogan por el uso de transportes públicos y la peatonalización de las calles y les rues -manías de aburridos centroeuropeos- en nuestra mágica ciudad pervive la alegre costumbre de usar el coche para todo tipo de empresas.
No piensen que el motivo de tal empeño son las formidables distancias existentes entre San Lázaro Park y Milenio Bridge. O entre ese centro comercial donde los amables habitantes de Ourenseville pasan las tardes del fin de semana, y la conocida pasarela Paseo, lugar de paso de las más prestigiosas personalidades de la villa. No, la razón principal responde a una cuestión de imperiosa necesidad de supervivencia en la jungla del asfalto, o del empedrado.
Imaginen un día en la vida del señor Rodolfo II, honorable padre de familia y representante tipo del ourensano medio, de clase media y media estatura. Comprenderán ipso facto el razonamiento.
Don Rodolfo II se despierta cada mañana a las nueve, escuchando la radio y cagándose en todos los políticos del Imperio. A la media hora arranca su flamante Mercedes Benz clase 350, 6 cilindros, 272 caballos y propulsión a chorro, donde monta a los rapaces, Curtis María y Marisleysis, para llevarlos al colegio de pago, el cual se encuentra a la nada desdeñable distancia de cuatro manzanas.
Los niños, faltaría más, bajan ante la misma puerta, mientras don Rodolfo II y sus homólogos montan una procesión en la calle que nada tendría que envidiar a los mejores colapsos automovilísticos del México D.F. o Hong Kong. Es posible que acuda algún agente de la Guardia de Corps local para tocar la narices. Entonces, sacará la cabeza por la ventanilla y gritará, a distancia prudencial. '¡A ver si os dedicáis a detener a los delincuentes y no molestar a los contribuyentes!', optando a continuación por una honrosa salida.
Dos cuadras más abajo está el curre, que don Rodolfo II heredó de don Rodolfo I. La hora de apertura son las 10, pero la vida en Ourenseville es tan tranquila -ustedes saben- que la puntualidad hasta está mal vista. Es recomendable alzar la persiana 15 minutos tarde, más la media horita de relax necesario para hojear La Región, comenzando por las esquelas.
El coche, por supuesto, quedará alojado en segunda fila; o, en su defecto, en esos aparcamientos de minusválidos que algunos bobos -vaya usted a saber porqué- suelen dejar libres. Ahí queda el flamante vehículo, símbolo de la prosperidad familiar, de hidalguía, de la perfecta tecnología alemana.
Pronto desplegará toda su potencia por la parte vieja de Ourenseville. Los vinos y pinchos del mediodía son una sagrada tradición que ni los prebostes políticos ni los neuróticos vegetarianos arrebatarán a viriles ciudadanos como don Rodolfo II, quien conduce con maestría su carro entre las históricas piedras de Ourenseville. La máquina también tendrá un trago de carburante de 98 octanos de la mejor calidad, premio a su probada fidelidad. Sobran los dedos de una mano para contar amigos más leales en toda una vida.
Tocan las dos, hora de recoger a los pequeños Curtis María y Marisleysis, repitiendo el procedimiento anteriormente descrito. ¡Ah! No se nos olvide parar en la Milucha, la panadería, y recoger dos baguettes poco cocidas, encargadas a primera hora de la mañana por doña Marisa, su esposa. Una santa.
Duro momento, en Ourenseville todos se ponen de acuerdo en salir del trabajo a la misma hora. ¡Maldición! Parece Manhattan en hora punta. Por suerte, siempre habrá alguna señora al volante sobre quien descargar toda la ira y los primeros grados del coñac.
La dificultad se multiplica por las lluvias monzónicas que asedian la ciudad desde los idus de diciembre. ¿Cómo cruzar la calle sin temor a ser arrastrado por una riada? ¿Quién no va a usar el coche en estas condiciones? Se pregunta don Rodolfo II ante el semáforo. Pues sólo los aburridos centroeuropeos. Así va el mundo, carallo.
Publicado en La Región (25-02-2010)
Aztecas, mayas, congoleños o tibetanos. Todos concluirían que el ciudadano medio de la pequeña Ourenseville es un ser a una embrague pegado. Una conjunción homo ex machina, en perfecta integración dentro del ecosistema auriense. Así es, queridos amigos. Mientras las grandes megalópolis abogan por el uso de transportes públicos y la peatonalización de las calles y les rues -manías de aburridos centroeuropeos- en nuestra mágica ciudad pervive la alegre costumbre de usar el coche para todo tipo de empresas.
No piensen que el motivo de tal empeño son las formidables distancias existentes entre San Lázaro Park y Milenio Bridge. O entre ese centro comercial donde los amables habitantes de Ourenseville pasan las tardes del fin de semana, y la conocida pasarela Paseo, lugar de paso de las más prestigiosas personalidades de la villa. No, la razón principal responde a una cuestión de imperiosa necesidad de supervivencia en la jungla del asfalto, o del empedrado.
Imaginen un día en la vida del señor Rodolfo II, honorable padre de familia y representante tipo del ourensano medio, de clase media y media estatura. Comprenderán ipso facto el razonamiento.
Don Rodolfo II se despierta cada mañana a las nueve, escuchando la radio y cagándose en todos los políticos del Imperio. A la media hora arranca su flamante Mercedes Benz clase 350, 6 cilindros, 272 caballos y propulsión a chorro, donde monta a los rapaces, Curtis María y Marisleysis, para llevarlos al colegio de pago, el cual se encuentra a la nada desdeñable distancia de cuatro manzanas.
Los niños, faltaría más, bajan ante la misma puerta, mientras don Rodolfo II y sus homólogos montan una procesión en la calle que nada tendría que envidiar a los mejores colapsos automovilísticos del México D.F. o Hong Kong. Es posible que acuda algún agente de la Guardia de Corps local para tocar la narices. Entonces, sacará la cabeza por la ventanilla y gritará, a distancia prudencial. '¡A ver si os dedicáis a detener a los delincuentes y no molestar a los contribuyentes!', optando a continuación por una honrosa salida.
Dos cuadras más abajo está el curre, que don Rodolfo II heredó de don Rodolfo I. La hora de apertura son las 10, pero la vida en Ourenseville es tan tranquila -ustedes saben- que la puntualidad hasta está mal vista. Es recomendable alzar la persiana 15 minutos tarde, más la media horita de relax necesario para hojear La Región, comenzando por las esquelas.
El coche, por supuesto, quedará alojado en segunda fila; o, en su defecto, en esos aparcamientos de minusválidos que algunos bobos -vaya usted a saber porqué- suelen dejar libres. Ahí queda el flamante vehículo, símbolo de la prosperidad familiar, de hidalguía, de la perfecta tecnología alemana.
Pronto desplegará toda su potencia por la parte vieja de Ourenseville. Los vinos y pinchos del mediodía son una sagrada tradición que ni los prebostes políticos ni los neuróticos vegetarianos arrebatarán a viriles ciudadanos como don Rodolfo II, quien conduce con maestría su carro entre las históricas piedras de Ourenseville. La máquina también tendrá un trago de carburante de 98 octanos de la mejor calidad, premio a su probada fidelidad. Sobran los dedos de una mano para contar amigos más leales en toda una vida.
Tocan las dos, hora de recoger a los pequeños Curtis María y Marisleysis, repitiendo el procedimiento anteriormente descrito. ¡Ah! No se nos olvide parar en la Milucha, la panadería, y recoger dos baguettes poco cocidas, encargadas a primera hora de la mañana por doña Marisa, su esposa. Una santa.
Duro momento, en Ourenseville todos se ponen de acuerdo en salir del trabajo a la misma hora. ¡Maldición! Parece Manhattan en hora punta. Por suerte, siempre habrá alguna señora al volante sobre quien descargar toda la ira y los primeros grados del coñac.
La dificultad se multiplica por las lluvias monzónicas que asedian la ciudad desde los idus de diciembre. ¿Cómo cruzar la calle sin temor a ser arrastrado por una riada? ¿Quién no va a usar el coche en estas condiciones? Se pregunta don Rodolfo II ante el semáforo. Pues sólo los aburridos centroeuropeos. Así va el mundo, carallo.
Publicado en La Región (25-02-2010)