SIGUE SOÑANDO


Dice la leyenda que Polínexa, madre de Alejandro Magno, soñó que su hijo había sido engendrado por el mismísimo Zeus. El nacimiento coincidió con la victoria de su marido, Filipo de Macedonia, en la carrera hípica de los Juegos del 256 a.C. En honor a tal triunfo, Polínexa cambió su nombre por el de Olimpia. Su sueño se cumplió. Alejandro fue el Zeus del mundo conocido entonces. Un infatigable conquistador. El deporte es hoy lo más parecido a la guerra y sus figuras los nuevos mitos de nuestra era. Soñemos.

Legend say that Polínexa, mother of Alexander the Great, she dreamed that her son had been fathered by Zeus. The birth coincided with the victory of her husband, Philip of Macedonia, in the horse race of the Games of 256 BC. In honor of this victory, Polínexa changed her name to Olympia. Her dream was fulfilled. Alexander was the Zeus of the then known world. An indefatigable conqueror. The sport is now as war and his figures the new myths of our era. Let's dream.

olimpiaduerme@gmail.com

miércoles, 24 de noviembre de 2010

LA GUERRA SECRETA DE HIMMLER (1ª parte)

"La guerra secreta de Himmler" (Tempus, 2006) es una apasionante investigación de Martin Allen sobre uno de los enigmas de la II Guerra Mundial, las conversaciones secretas entre el "fiel" ayudante de Hitler y los aliados durante toda la contienda, muchas de ellas a espaldas del propio Führer. No se trata de vagas suposiciones del autor, sino del acceso a documentos secretos de los servicios británicos -en el Archivo Nacional de Kew- de cuya monumental información todavía falta mucha por desvelar. Y por asombrarnos. ¿Y quién fue Heinrich Himmler? En 1943 el segundo hombre más poderoso del III Reich. Ministro del Interior, Jefe de las SS (Schutztaffel), Jefe, a su vez, del ala paramilitar (Waffen-SS); máximo responsable del servicio de Inteligencia (Sicherheitsdients, el SD), de la policía nacional y la policía secreta (Gestapo); además de supervisor de los campos de concentración. Hitler era la inspiración, el motivador del régimen nacional socialista. Himmler era el cerebro.

Todo un logro para el segundo de los tres hijos de un profesor alemán cómodamente instalado en Múnich, tutor del príncipe Heinrich de Baviera, por quien el futuro jerarca nazi recibió su nombre. Heinrich Himmler nació en 1900, fue un niño enclenque, negado para los deportes, poco atractivo y sin cualidades para las relaciones sociales. Poseía un buen cerebro y excelente facilidad para los estudios, también despertó una gran pasión por la mitología y la historia germana, muy inculcada por su padre. No llegó a participar en la gran guerra, quedándose sin la cruz de hierro al mérito que tanto envidiaba de su hermano mayor. Completó los estudios universitarios en agronomía y llegó a trabajar en una granja, donde apenas soportó unos meses la exigencia del campo. No era lo suyo. Pronto despertó simpatía -para pesar de su padre- por el partido nacional socialista alemán, siendo reclutado en 1922 por Ernst Röhm, el jefe de las SA o camisas pardas (Sturmabteilung). Favor que le devolvió años después pasando a cuchillo a toda su organización, tras una sibilina conspiración. Himmler no poseía cualidades para la oratoria, para emocionar a cientos de miles de personas en directo, como Adolf Hitler. Su "talento" consistía en manejarse como nadie en los suburbios del poder, en el control total del aparato y todas sus ramificaciones, en el trabajo sucio y silencioso de eliminación de la oposición. Frío, insensible, astuto, Hitler pronto encontró en él a un fiel aliado en el ascenso al poder.

Martin Allen comienza su relato en los prolegómenos de la II Guerra Mundial, el 8 de septiembre de 1939. Al contrario de lo que muchos piensan, Hitler sopesaba mucho sus decisiones. La de invadir Polonia le mantuvo varios días en vela, porque este movimiento podría traer graves consecuencias. Finalmente se decidió, confiando en las palabras de su ministro de Exteriores, el peculiar von Ribbentrop. "Francia e Inglaterra no entrarán nunca en conflicto", le insistió una y otra vez. Alemania invadió Polonia, la URSS lo hizo por Oriente. Francia e Inglaterra declararon la guerra. Es famoso que Hitler, tras enterarse de la respuesta, dirigió una mirada salvaje a su ministro y pronunció la frase "¿Y ahora, qué?". Pocos lo hubiesen augurado entonces, pero era el principio del fin de la Alemania nazi. Hitler pretendía un enfrentamiento con su enemigo natural, tan similar a su régimen y con el cual había pactado la eliminación de las respectivas oposiciones, la Unión Soviética. No le interesaba en absoluto mantener un frente en occidente. Por ello intentó firmar la paz con los aliados desde octubre de 1939. El autor presenta al menos 16 tentativas de tregua entre 1939 y 1941, comandadas por el propio Führer, a través de Himmler. Están documentadas y registradas en los archivos del servicio secreto británico, en el informe Doc nº FO371/26542. Pero ni el primer ministro británico Neville Chamberlain ni su ayudante Lord Halifax confiaban ya en quien tanto les había humillado. Entre 1941 y 1942, ya en medio del conflicto, Hitler insistió en alcanzar un acuerdo. Sus movimientos, siempre de carácter de alto secreto, se realizaron a través de Himmler, quien a su vez se sirvió de personalidades de origen germano o aparentemente neutral con contactos influyentes en el otro bando. El propio Ministro de Exteriores alemán desconocía tales intentos, pues se le veía como un estorbo. "No hay solución mientras ese idiota de Ribbentrop aconseje al Fürher", decía Himmler.

Al otro lado del Canal de la Mancha estaba ya al mando el carismático Winstown Churchill. Una vez conocida la postura de Hitler hizo buena la frase de Marguerite de Valois, reina de Francia en el siglo XVI: "Plaza que parlamenta está medio conquistada". Churchill fue muy astuto y jugó sus bazas en un momento crítico para Inglaterra. En primer lugar, sabía que una guerra con dos frentes era un desgaste insoportable a largo plazo para cualquier potencia. En segundo, era consciente de que la inminente entrada de los Estados Unidos daría un giro radical a los acontecimientos. "Pese a ser incapaces de vencer en Europa, podríamos ganar una guerra mundial", indica el informe Doc nºFO 898/306 escrito por Rex Leeper. El primer ministro británico y su servicio secreto diseñaron entonces una maquiavélica estrategia de incierto resultado. Hacer creer al servicio secreto alemán, a los propios Hitler y a Himmler, que estaban dispuestos a firmar la tregua a cambio de varias compensaciones. Establecer un entramado que sembrase la discordia en Alemania entre los partidarios de prolongar la guerra y los que no. El objetivo era provocar la inestabilidad en el gobierno nazi. La verdadera postura inglesa se revela en otro documento de alto secreto. "No se negocia la paz, ni siquiera impuesta por Inglaterra, con ningún grupo hasta que Alemania sea aplastada. Es una cuestión de ellos o nosotros. O el Reich Alemán o este país tienen que irse a pique. Toda posibilidad de compromiso ha desaparecido, y la lucha tiene que ser hasta el final" (sir Robert Vansittart, consejero del Foreign Office). Doc. nº FO371/24408.

Antes del invierno de 1942, Hitler, quizá llevado por su intuición, por los buenos resultados militares y los infructuosos resultados de varias tentativas, abandonó de forma definitiva la idea de firmar una paz en el frente occidental. Aquí comienza la parte más apasionante del libro. Porque Himmler, temeroso ya del futuro del régimen, decidió buscarla por su cuenta, a espaldas del hombre más poderoso de Alemania. El segundo al cargo estaba plenamente convencido de la inminente derrota de su país y creía fundamental construir una etapa de transición ¿con sin Hitler? Era probable que los aliados no admitiesen al Führer en la misma, como encarnación del régimen nazi. Quizá él podría ser el nuevo líder, una aspiración que el aparentemente gris Heinrich Himmler parecía albergar en su interior. Con este ingenua idea, Himmler se jugó el pellejo confiando en su fiel delfín, Walter Schellenberg, estableciendo contactos con los aliados a espaldas de Hitler, quien sólo contemplaba ya la derrota del enemigo, inmerso en una espiral que le hará confundir fantasía y realidad. Los resultados llenarán de razón al jefe de las SS: masacre en Stalingrado, pérdida del norte de Africa, humillación en Kursk, rendición de Italia... Mientras, el servicio secreto británico, con Churchill en la recámara, se entregó a un doble juego muy peligroso. Por un lado aceptó las conversaciones e insinuó a los enviados de Himmler que éste debía dar un golpe de Estado y derrocar a Hitler. Por otro, intentó que su aliado Estados Unidos no esté al corriente del hilo directo que mantenía con la cúpula nazi, ya que un hipotético acuerdo entre Himmler y Roosevelt podría terminar en una rendición pactada, el reestablecimiento de las fronteras anteriores a 1939 y el ahorro de los millones de muertos que supuso la invasión de Europa. Para Inglaterra, la guerra debía prolongarse hasta la total eliminación del nazismo. Costase lo que costase. Y vaya si costó. (La Guerra Secreta de Himmler / 2º parte)