El mundo ha sido siempre dirigido por una minoría, ya que el gobierno de la mayoría es tan caótico como impredecible. Unos privilegiados deciden el destino del planeta con mayor o menor tino, el resto intentamos sobrevivir con nuestros pequeños o grandes problemas, sin por ello considerarnos como un borrego más de la manada, como la masa que sigue ciegamente al líder.
Somos las pequeñas, minúsculas, tuercas de un gigantesco engranaje. Importantes para su funcionamiento -en especial cuando toca año de elecciones-, prescindibles cuando la cadena cambia de sentido y nos convertimos en un estorbo a su paso.
Tal es la historia relatada en "Omagh", dirigida por Pete Travis. El 15 de agosto de 1998 esta pequeña localidad norirlandesa sufrió un terrible atentado perpretado por el IRA Auténtico, una escisión del grupo terrorista IRA, disconforme con el Acuerdo del viernes Santo, la antesala para la paz en la zona firmado en abril del mismo año.
Murieron 31 personas, entre ellos dos españoles y una embarazada de gemelos, 220 personas resultaron heridas de diversa gravedad. Los terroristas habían aparcado dos coches bomba con más de 200 kilos de explosivos en una céntrica calle. También murió en el acto Aidem Gallagher, hijo de Michael, un humilde mecánico de la zona y protagonista principal de la película.
El pesar por la pérdida -pocas tragedias superan a la de un padre enterrando a su hijo- muda a incertidumbre cuando pasan los meses, los años, y nada se resuelve sobre lo sucedido. Los políticos acudieron para hacerse la foto y no volvieron por allí (qué extraño). La policía detiene a sospechosos y los suelta casi al momento. El IRA Auténtico anunció un alto el fuego y la tragedia ya no parece interesar a nadie.
Entre las víctimas hay protestantes, católicos, mormones; españoles, irlandeses y británicos. Sus familias, agrupadas en una asociación encabezada por Michael, comienzan a presionar a las autoridades. El empeño del mecánico comienza a pasar factura en la relación con su esposa e hijas.
Cada avance en su investigación particular es demoledor. La policía pasa ampliamente del tema; Gerry Adams -el mismísimo líder del Sinn Fein- les recibe y recomienda pasar página, porque el sector "duro" de su formación no aceptaría la detención de los autores. Un miembro arrepentido del IRA le aporta los nombres de los responsables de la matanza, todos intocables. Un confidente de los servicios secretos británicos les asegura que el gobierno estaba al corriente de la preparación y no intervinieron (insinuando aquella famosa frase de Arzalluz de que "ETA agita el árbol y nosotros recogemos los frutos").
Pronto, el humilde obrero y el resto de víctimas comprenden la cruda realidad. Sus familiares fueron carne de cañón, moneda de cambio para facilitar un proceso de paz necesario para Irlanda, Irlanda del Norte, el Sinn Fein y el gobierno británico. Sus seres queridos fueron tuercas perdidas en el proceso. Nadie va a encarcelar a los asesinos, a tensar la cuerda contra el sector duro independentista, porque el atentado provocó el efecto contrario al esperado por sus autores y el proceso estaba encarrilado.
Son unas hormiguitas contra un elefante. Pese a ello, por dignidad, por decencia, por deber con su familia, Michael Gallagher y la asociación darán un paso al frente, solos ante el peligro, comenzando una lucha en los tribunales que hoy persiste sin resultado ni detenidos.
Pete Travis completa un gran trabajo. El relato de lo sucedido el día del atentado es muy minucioso. Elude cualquier excusa sobre los terroristas -criterio no habitual en otros directores sobre este conflicto- y muestra toda la crudeza de lo sucedido sin necesidad de recurrir al exceso de sangre.
La película nos hace reflexionar sobre el verdadero papel del ciudadano común en estas llamadas democracias. Es inevitable encontrar similitudes con España, donde los sucesivos gobiernos -socialistas o populares- parecen dispuestos a todo para proclamarse autores del final de la banda terrorista ETA. Los cientos de víctimas causadas por estos malnacidos pueden ser también tuercas perdidas en el proceso. Un lastre incómodo para el engranaje del poder. Un sacrificio necesario. Maquiavelo contra la dignidad.