Después
de unos años oscuros, en el dique seco o más bien ahogado en alcohol, el
tiburón de Baltimore regresó a su medio favorito, el agua y la competición. El
lugar donde es feliz, donde destaca sobre el resto, donde alcanza la
perfección. Michael Phelps se retiró tras los Juegos Olímpicos de Londres, pero
como a tantos otros fenómenos del deporte, le costó adaptarse a la vida
ordinaria, al olvido del gran público, a la falta de estímulos, si se considera
baladí criar a un hijo en los tiempos que corren. Resurgió en Río, porque una
sanción le impidió hacerlo antes, recordándonos otros sonados y exitosos regresos:
Jordan, Ali o Foreman. Sólo un sorprendente Schooling en los 100 mariposa
impidió una proeza. Algunos expertos afirman que podría alargar su leyenda
hasta Tokio 2020, pero él asegura cerrar la puerta y comenzar con más
estabilidad la transición a ciudadano común. Este es su verdadero reto.
El
tardígrado u oso de agua es un animal excepcional, prácticamente indestructible
que soporta temperaturas de 150 grados, presiones de 6.000 atmósferas y
congelaciones en nitrógeno líquido. La NASA puso a una pareja en órbita en 2007
y a su regreso, no sólo habían sobrevivido, sino se habían reproducido en el
espacio. Lo más parecido a este animal en la Tierra se llama Rafa Nadal. Es un
tenista español capaz de disputar 11 partidos en ocho días, los últimos hasta
el límite conocido de sus fuerzas. Con las rodillas, pies, codos y manos
destrozadas tras miles de batallas. Resurgiendo en tres, cuatro, cinco
ocasiones de sus cenizas ante los ojos de tantos críticos y de sus rivales en
la pista, quienes tienen que rematarlo mil veces sin convencerse de haberlo
conseguido. Con medallas olímpicas o sin ellas, Rafa Nadal es el mejor
deportista español de todos los tiempos, un portador de nuestra bandera
ejemplar, un estímulo para cualquier persona y un héroe muy por encima de su
propio pueblo. Rafa Nadal nos hace sentir orgullosos de ser españoles ante el
mundo.
Publicado en La Región (15-08-2016)