Hoy toca un cuento con moraleja. Cierren los ojos e imagínense en la pequeña Ourenseville a finales de los ochenta. Sin móvil, ni deuvedé, ni Internet, ni Ministerio de Igualdad. Sí, queridos amigos. Una época cavernícola, donde los rapaces crecían asilvestrados. A las niñas les regalaban muñecas y a los niños, pistolas. Como lo leen.
Entre las tinieblas, tres jóvenes imberbes: quien esto escribe y dos compañeros de clase. Para preservar la intimidad de ambos, denominaré a uno 'Guechas' y a otro, 'Bellotas'. Este trío dinámico salía del colegio, Concepción Arenal High School, un día primaveral, al término de la jornada matutina, a eso de la una y media. Comenzaba así el trayecto de vuelta a casa, bajando por Bedoya Street. Un trámite aburrido, de no ser por la amena distracción que estos prometedores estudiantes habían desarrollado de forma espontánea.
VAMOS A LA GUERRA
La actividad consistía en apropiarse durante las clases del mayor arsenal de tizas posible. Después, toda esta munición se descargaba sobre los objetivos, los inocentes vehículos que transitaban por la calle, ignorando que habían penetrado en zona de guerra. La táctica era una 'blitzkrieg' perfecta. Un golpe repentino y certero, cuyo factor sorpresa permitía además, dispersar el campo de batalla con rapidez y sin bajas.
Pero todo Hitler tiene su Stalingrado, todo Napoleón su Waterloo. Aquella mañana primaveral cargamos las armas sin saber nuestro cruel destino. 'Guechas' era un guerrero experimentado, curtido en mil batallas, pero 'Bellotas', un entusiasta descabellado. Portaba medio paquete de tizas, algo así como una bomba atómica de pura arcilla blanca.
Por Dios que intentamos advertirle, pero era imposible controlar tanta testosterona desordenada. Al primer carro que vio asomar le arrojó todo, absolutamente todo el material, sobre el parabrisas, con toda la pujante juventud de sus 13 años.
El muy tarugo no reparó que el blanco enemigo era un modesto utilitario con la 'L' de Autoescuela bien visible. Dirigido a duras penas por una bisoña aprendiz, cuya única reacción al impacto fue -además de quedarse tan blanca como la tiza- llevarse las manos a la cara, mientras el maestro conductor frenaba en seco el coche. A tiempo de no despeñarse por la acera.
La impresión fue tal que nos quedamos petrificados, admirados de tan grande hazaña. Craso error. De la nada surgió un brontosaurio hembra, una tan voluminosa como voluntariosa señora. Había visto la acción e, indignada, no dudó en capturar a los maleantes. A mí me agarró por una oreja y a 'Guechas' por un mechón, cosa bastante sencilla dada su frondosa cabellera. 'Bellotas', en heroica acción, huía mientras calle arriba, a la velocidad de un rayo.
TRIBUNAL POPULAR
Castiza escena donde las hubiese. La señora nos balanceó durante unos veinte minutos, como a peleles, sin saber muy bien a dónde dirigirse. Calle arriba, calle abajo. Milagrosamente, las víctimas se habían evaporado, como si fuese un hecho cotidiano encajar 17 tizas en la delantera del coche.
Hasta mil veces vendimos nuestra alma a la Juana de Arco callejera, ofreciéndole la cabeza de 'Bellotas' en bandeja. Pero ella no esperaba menos que ponernos a disposición de la benemérita.
Otros ciudadanos de Ourenseville se animaron al sainete, propinándonos más de alguna colleja, minucias en las que -créanme- apenas reparé. Bastante preocupado estaba de no perder mi cartílago, estrujado entre las tenazas de semejante ejemplar.
El repudio no duró mucho más. Después de encajar varios cachetes y una bronca monumental, vista la ausencia del cuerpo del crimen, se nos permitió la condicional. Sin informar a nuestros padres, toda una suerte. Así que pudimos salir prácticamente indemnes, si bien con el rabo entre las piernas. Nada que no pudiese reparar las minifaldas de Marta Sánchez, la final de la NBA o una hamburguesa en el -hoy tan añorado- 'Hot Hut'.
PEQUEÑOS DICTADORES
Veintitantos años después -ya pueden abrir los ojos- aquí estamos los tres, creo. Sin traumas psicológicos ni frustraciones de personalidad. Bastante fue el sobrevivir a las canciones de Rosa León sin necesidad de una lobotomía.
La escena antes relatada sería imposible de repetir en la Ourenseville sostenible y ecosolidaria de nuestra Era, donde un ejército de cuellicortos dictadores modelan los designios de la pequeña pero modernísima ciudad. Dictan donde sentarse y beber, cuándo estudiar y con quién rodearse, mientras sus progenitores piensan que poseen al próximo Cristiano Ronaldo en casa y no dudan en atizar al profesor, al médico o al policía fascista que los corrige.
Antes, en Ourenseville, cualquier vecino te enseñaba las normas de la vida. Hoy, sólo mediante una comisión interministerial o abogado. Tiempos modernos.