Tan disciplinada sobre el agua como incontrolable en tierra firme, Dawn Fraser (Sydney, 1937) fue una sirena, ganadora de ocho medallas olímpicas entre 1956 y 1964, la primera en bajar del minuto en los 100 metros libres. Fraser, la menor de ocho hermanos, creció en un suburbio de la capital australiana, y aprendió a nadar por supervivencia, ya que ellos la arrojaban al agua de forma indiscriminada. Asmática, dos muertes le afectaron muy profundamente. La de su hermano Don, también nadador, y la de su madre, en accidente con ella al volante. Dos depresiones que superó bajo en el líquido elemento. Su excelente preparación le mantuvo invicta en las grandes competiciones. Su ego desmesurado y espíritu indomable chocaba con las compañeras y la Federación fuera de la piscina. El colmo sucedió en los Juegos de Tokio 64, tras una juerga durante la cual intentó descolgar una bandera nipona de un templo y llevársela de recuerdo para su casa. Un gesto que en Oriente es poco menos que un sacrilegio. El bochorno australiano fue tal que sancionaron a Frasier 10 años sin competir. A sus 27, ya era una sentencia de muerte deportiva. Hasta los Juegos de Sydney no fue perdonada. Allí portó la antorcha olímpica.
Publicado en La Región (23-06-2008)