Un veterano de la Guerra Civil me dijo en una ocasión unas palabras que desde entonces quedaron grabadas en mi memoria. "Existen tres factores básicos en una contienda: el conocimiento del terreno, el conocimiento de tus fuerzas y el conocimiento de las fuerzas del enemigo".
En 1967 cuatro países del polvorín de Oriente próximo -Egipto, Siria, Jordania e Irak- cometieron el lamentable error de menospreciar la fuerza de su enemigo, un minúsculo país al cual arrinconaban hacia el mar. No repararon que Israel era una nación emergente y determinada, acostumbrada a sobrevivir desde su origen. En apenas seis días, desde el 5 al 10 de junio de aquel año, los israelíes sorprendieron al mundo con una estrategia tan fulminante como efectiva. Fue la blitzkrieg o guerra relámpago judía.
Desde la proclamación del Estado de Israel (1948) y el primer enfrentamiento entre árabes y judíos -en el cual los hebreos resistieron el asedio de siete naciones musulmanas- el terreno quedó abonado para futuras disputas. La de 1967 comenzó por una cuestión de agua -atentas, comunidades autónomas españolas- y por la revancha de la Guerra del Canal de Suez (1956). Israel se nutría del Mar de Galilea, fuente de permanente reinvidicación siria.
Nasser era entonces el líder de Egipto, un iluminado mandatario asesorado por la URSS e insatisfecho por la situación de entonces. Nasser animó a Siria a desviar el curso de los ríos que abastecían el Mar de Galilea. En suma, a sembrar la semilla de la discordia. Por su parte, arrastró al conflicto a un dudoso Hussein de Jordania y ordenó a la ONU la retirada de la zona "protegida" de la península del Sinaí. La barrera natural sureña entre Israel y Egipto, que el primero había cedido al control internacional, a cambio del cese del apoyo del segundo a las guerrillas terroristas. Naciones Unidas, fiel a su tradicional actitud, salió con los cascos azules bajo las piernas. Se avecinaba una muy gorda.
Así lo creyó Nasser, quien paralizó su ya de por sí deprimido país en la preparación de la contienda, espoleado por los medios de comunicación patrios y una masa enfervorizada. "Todo Egipto se halla ahora dispuesto a lanzarse a una guerra total que pondrá fin a Israel", declaraba el comentarista de la radio Saut-al Arab. Ahmed Shukairy, el presidente de la OLP anunció: "Los judíos que sobrevivan a la guerra inminente, serán autorizados a permanecer en Palestina. Pero no espero que muchos lo logren". El propio mandatario egipcio dijo de forma pública que su objetivo principal era "la destrucción de Israel".El último "gesto" fue el bloqueo del Estrecho de Tirán, que su rival interpretó como una declaración formal de guerra.
¿Qué hacer ante tal situación? Israel no se podía permitir una guerra de desgaste, ante un enemigo que le doblaba en número y medios. No poseía infraestructura para controlar un vasto territorio ni contaba con el respaldo militar de su aliado estadounidense. Tampoco podía dejar la iniciativa a los árabes ni mantener por mucho tiempo la movilización de 264.000 reservistas. A pesar de las discrepancias internas, se confió en la decisión del Ejército y del carismático Moshé Dayan. Era fundamental atacar primero para sobrevivir. Además, estaban muy preparados para ello.
En los últimos meses, la aviación judía se había entrenado para una operación especial, la "Foco". En intervalos de ocho minutos, una primera escuadrilla bombardeaba un objetivo; la segunda, ya en el aire, acudía para realizar una segunda oleada y la tercera despegaba para dar relevo a la primera. El servicio secreto poseía la información sobre la situación de todas las bases enemigas y sus relevos de guardia. Así que el día 5 de junio, a las ocho de la mañana, la aviación israelí comenzó la guerra cogiendo en pijama a la flamante fuerza aérea egipcia.
El primer golpe fue fulminante. 286 de los 420 Mig 20 o Mig 21 egipcios fueron destruidos en apenas dos horas y media, así como 13 bases aéreas y 23 estaciones de radar. Los bombardeos a intervalos de ocho minutos impidieron despegar a los aviones enemigos, mientras muchos de los operativos en el aire se estrellaron por falta de combustible y de una pista en condiciones para repostar. Israel sólo sufrió 19 bajas entre sus 250 aeronaves y, además, ya poseía el control aéreo de la guerra. Media victoria.
Ese dominio aéreo fue fundamental para abatir a las fuerzas sirias y a las jordanas -suministradas de material iraquí-, quienes contraatacaron a las 11 de la mañana sin saber a ciencia cierta lo sucedido en Egipto. De hecho, Nasser aseguró a Hussein de Jordania que había destruido el 70% del potencial enemigo. El demoledor sistema israelí terminó con el 60 por ciento de la flota siriojordana, favorecido por la negativa siria de ayudar a su compañero de armas.
PIE A TIERRA
Otra de las normas que me dijo aquel viejo militar fue: "El territorio no se conquista hasta que uno no pone sus pies encima". Minutos después del comienzo de la Operación Foco para controlar el cielo, el ejército israelí dispuso tres divisiones de caballería con la misión de invadir el Sinaí, comandadas por Israel Tal, Abraham Yoffé y el futuro presidente, Ariel Sharon.
El general Tal no encontró oposición en la parte norte, entre otras razones por la reacción de Nasser. El líder anuló el plan original de defensa del Sinaí, sorprendiendo y desmoralizando a sus propias tropas con desplazamientos de lugar inesperados. Sharón y Yoffé, en cambio, encontraron una feroz resistencia en Gaza y Umm Qatef -defendidas por Sa´di Nagib- donde sufrieron al menos la mitad de bajas de toda la contienda. El factor clave fueron los helicópteros hebreos, que cogieron por la retaguardia al enemigo y limpiaron el camino de los tanques, abriendo una brecha en mitad de sus líneas. En apenas 100 horas, tras una carrera de polvo y arena, las divisiones israelíes apuntaron al canal de Suez y reabrieron el estrecho de Tirán. Habían sufrido 300 bajas y causado 15.000 al otro bando. En sólo cuatro días forzaron la rendición de Egipto, el 8 de junio.
Israel tuvo diferentes fuegos. Mientras una parte del ejército combatió en la parte sur, otra tuvo una importantísima misión en la zona central, contra Jordania. Tomadas Latrún, Ramala, Hebrón, Nablús, Judea y Yenín, la ciudad tres veces santa de Jerusalén era la más importante de la zona. Allí la brigada paracidista del general Mordejai Gur mantuvo otro encarnizado enfrentamiento en la toma de la ciudad vieja, contra unos aguerridos defensores, mientras la aviación impidió cualquier envío de refuerzos. El día 7 de junio, a Hussein de Jordania no le quedó otro remedio que firmar la paz. El coste, 6.000 muertos jornados y 550 hebreos. Sólo quedaba Siria, que se negaba a aceptar la paz.
Entre los días 9 y 10 de junio, Israel se centró en el frente norte. Siria se había negado a la rendición, pese a que su apoyo aéreo había sido inutilizado por la Operación Foco y una ofensiva propia había fracasado ante unos graves problemas logísticos: los tanques eran más anchos que los puentes, otros se hundieron al intentar cruzar el río Jordán y no tuvieron comunicación con la infantería, moviéndose ambos sin coordinación.
Pese a todo, existía confianza en los 75.000 hombres dispuestos en los Altos del Golán, entre ellos los integrantes de su prestigiosa Guardia Republicana. Descansados y asentados en una línea defensiva de trincheras y alambradas, en teoría insuperable.
Hasta la llegada del enemigo. Después de dos días de intensos bombardeos, llegaron los blindados y la infantería hebrea. Se entabló una durísima batalla, donde la brigada Golani llegó a extremos de sacrificio impresionantes, ofreciéndose de puentes humanos para superar las alambradas sirias.
Se podría pensar que, pese a todo, nueve brigadas árabes bastarían para rechazar a cuatro israelíes. Pero la guerra es algo más que el número de efectivos de cada contendiente. Israel dispuso de una excelente información sobre las posiciones más importantes, gracias al enorme trabajo de espionaje del Mossad. Además, contaba con una disciplina y un entrenamiento muy superior al de su enemigo. Mientras muchos oficiales sirios maltrataban, o huían abandonando a sus soldados en batalla, los del otro bando compartían los riesgos y penurias con la tropa.
En 24 horas, la inexpugnable defensa no sólo se quebró, sino que dejó vía libre para el avance de las cuatro divisiones ¡hasta las puertas de Damasco! Una situación que propició la paz el día 10 de junio, con el último integrante de la alianza, auspiciada por Naciones Unidas. Hasta el alto el fuego, Israél perdió a 127 militares, por 2.500 de Siria.
En consecuencia, Israel anexionó en aquellos seis días los Altos del Golán, la península del Sinaí, y las franjas de Gaza y Cisjordania. Tierra de distancia con sus enemigos, que comenzará pronto a colonizar y, a su vez, será una carga para la defensa de su integridad. En el aspecto psicológico fue toda una reafirmación de la increíble capacidad de supervivencia de un minúsculo país en el polvorín de Oriente Próximo, mientras que para los perdedores fue toda una humillación internacional, semilla de un próximo enfrentamiento militar.
No todo fueron éxitos en la guerra relámpago judía. El 8 de junio las fuerzas aéreas bombardearon por error el barco estadounidense Liberty, causando 34 muertos y 173 heridos. Todas las guerras se llevan inocentes por delante, incluso de quienes no pertenecen a alguno de los dos bandos. Estados Unidos aceptó las disculpas del gobierno hebreo.
En sólo seis días, una nación preparada y entrenada para la guerra venció a tres aliados, superiores en número y medios. Como bien me dijo aquel fallecido militar, subestimar a tu enemigo es uno de los errores más graves que se pueden cometer cuando te dispones a entrar en combate.