A veces la gloria es esquiva y no se deja atrapar, ni durante unos segundos. El joven piloto italiano Riccardo Paletti (1958-1982) era un entusiasta del motor que había embargado ilusión, dinero y esfuerzo en cumplir su sueño de alcanzar la Fórmula Uno. Su Osella era un bólido mediocre y sólo entró en la parrilla del Gran Premio de Canadá por una huelga parcial, que redujo a 14 el número de vehículos en la salida. ¡Qué demonios! Terminar ya era una hazaña en estas condiciones. Salió, aceleró a fondo, pero no pudo esquivar el Ferrari de Didier Pironi, detenido por una avería. Un impacto súbito que empaló la barra de dirección en su pecho. No terminó aquí la agonía. El coche de Paletti se convirtió en una bola de fuego, ante la desesperación de Pironi, el personal auxiliar y la propia madre del milanés, presente en el gran día. Tras ser rescatado a duras penas, falleció horas después en el hospital. Alcanzaba el cielo después de pasar por el infierno. Su madre le acompañó en el camino meses después. Un infarto, dijeron los médicos. En realidad fue tristeza de corazón.
Publicado en La Región (03-07-2008)
Publicado en La Región (03-07-2008)