¿Qué ha cambiado de aquella España que volvía con el rabo entre las piernas de cada acontecimiento futbolístico internacional, fustigada hasta la saciedad por los medios y afición, a la actual? La nueva generación posee un talento extraordinario y -los demás también lo tienen- por fin ha alcanzado ese rango que otorgan las victorias, esa seguridad y confianza que sólo se adquiere después de levantar la primera copa.
En otras ocasiones España hubiese sido derrotada en Bélgica. Ahora, no. Sabe que en algún momento del encuentro tendrá su oportunidad. Los rivales también, y comienzan a respetar, a temer a este rival. Cambia el entrenador pero no el bloque básico. La sensatez de Del Bosque conserva lo mejor de la etapa Aragonés -¿quién pensaba que saldría por la puerta grande antes del Europeo?- con su sello personal. Al final, no nos engañemos, aciertan o fallan los jugadores. El entrenador es un gestor que debe mediar entre 24 hombres que creen merecerse 90 minutos por partido y encontrar un camino hacia la victoria.
Un ejemplo de la calidad técnica de nuestra España es el golazo de Iniesta, ese muchacho tan alegre como un funeral, autor de una obra maestra del fútbol. No se si comparable en términos artísticos a la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, pero al menos si a la también reputada La Piedad. Un gol que nos recuerda a otro similar de El Buitre Butragueño contra el Cádiz, o al menos lejano de un joven madridista Raúl contra el Atlético del Madrid. La Historia se repite, cierto es. Disfruten.