El fallecido Jesús Gil y Gil fue quien acuñó esta frase -entre otras muchas perlas con su firma- para describir nuestro particular sistema político, donde él fue otra pieza digna de museo.
Ya lo hemos escrito en otra ocasión. Hemos pasado de la dictadura de un Caudillo -producto de una caótica República que nos llevó a la Guerra Civil- a la nueva dictadura de los Partidos Políticos, que aglutinan en sus manos los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Los Partidos, independientemente de su ideología -si la tienen- se han convertido en gigantescas estructuras jerárquicas, cuyo primer objetivo consiste en perpetuarse en el poder, en lograr el mayor número de votos como sea, y primar sus intereses por encima de las necesidades del país y sus ciudadanos. Sí, de quienes le confían su voto.
Entre esas prioridades se encuentra la de apoltronar a los de su cuerda en jugosos cargos, todos ellos a cargo del dinero del contribuyente. Los súbditos pastan en el Erario Público, repiten las consignas oficiales -por cursis, vacías o patéticas que resulten- y procuran hacer lo menos posible, lo que en algunos casos es incluso beneficioso para el país. En este circo ha terminado la tan alabada "Transición".
Hoy en día, ya no nos extraña leer noticias como las de El Mundo (que adjunto en un vínculo) donde comprobamos la gran preocupación de los políticos por los tiempos difíciles que vivimos. A mí ya me parece un escándalo que el Estado tenga que subvencionar a estas máquinas de derrochar dinero, pero es que cada año se aumentan, con unanimidad y alegría, la partida a recibir.
Ya lo hemos escrito en otra ocasión. Hemos pasado de la dictadura de un Caudillo -producto de una caótica República que nos llevó a la Guerra Civil- a la nueva dictadura de los Partidos Políticos, que aglutinan en sus manos los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Los Partidos, independientemente de su ideología -si la tienen- se han convertido en gigantescas estructuras jerárquicas, cuyo primer objetivo consiste en perpetuarse en el poder, en lograr el mayor número de votos como sea, y primar sus intereses por encima de las necesidades del país y sus ciudadanos. Sí, de quienes le confían su voto.
Entre esas prioridades se encuentra la de apoltronar a los de su cuerda en jugosos cargos, todos ellos a cargo del dinero del contribuyente. Los súbditos pastan en el Erario Público, repiten las consignas oficiales -por cursis, vacías o patéticas que resulten- y procuran hacer lo menos posible, lo que en algunos casos es incluso beneficioso para el país. En este circo ha terminado la tan alabada "Transición".
Hoy en día, ya no nos extraña leer noticias como las de El Mundo (que adjunto en un vínculo) donde comprobamos la gran preocupación de los políticos por los tiempos difíciles que vivimos. A mí ya me parece un escándalo que el Estado tenga que subvencionar a estas máquinas de derrochar dinero, pero es que cada año se aumentan, con unanimidad y alegría, la partida a recibir.
¿Qué harán con los más de 81 MILLONES DE EUROS que van a recibir este año de nuestros impuestos? Lo que todos sabemos. La Dolce Vita.
El panorama español no es único en la Vieja Europa. Nuestros amigos italianos poseen tanta cara o más para vivir a cuerpo de Rey en una República. Tal es la situación en el país que un día dominó el Planeta, que dos periodistas del Corriere della Sera, Sergio Rizzo y Gian Antonio Stella, escribieron un libro denuncia demoledor, titulado "La Casta". La obra fue publicada hace un año y superó el millón de ejemplares. Rizzo y Stella recopilaron casos sangrantes de despilfarro y parasitismo político, evidencias que sólo encontraron la crítica y desprecio de una muy bien definida casta con derecho de pernada en el dinero público. Pero no pasa nada. Es un simple derecho al pataleo.
No pretendo generalizar. Sin duda existen políticos con la vocación de servir al ciudadano. La mayoría en los puestos bajos y medios, en los pequeños ayuntamientos, más una minoría en las altas cúpulas. Seguro. Pero la realidad nos indica que, en el perfil del político de hoy, predomina la mediocridad y un afán desmesurado por aumentar a igual escala su ego y los bolsillos. Y nosotros hemos llegado a la situación de no votar a quien mejor nos representa, sino al menos malo. Son los inconvenientes de vivir en un Establo de Derecho.