Al jovencito Gilles Villeneuve (1950-1982) le gustaban las bicicletas hasta que descubrió en su Québec natal el motor. El motor y la irreprimible e innata sensación placentera de volar sobre el asfalto, estrellando entre otros vehículos la furgoneta familiar contra un poste telefónico. El segundo susto de su vida lo mandó al hospital, con 18 puntos de sutura en la cabeza. Fue camionero, conductor de autobús -imagínenlo- conductor de trineos y empleado en una tienda de telas. Tan meticuloso en la competición como desastroso en la administración, llegó al punto de cobijar a su mujer y dos hijos en una caravana, mientras buscaba una oportunidad por los circuitos perdidos del mundo. La tuvo, cuando casi cojo por una lesión, accedió a la Fórmula Uno en 1977. Fue una revolución y estuvo muy cerca de ser campeón dos años después. Gilles vivía deprisa, confundiendo en la pista la temeridad con la valentía. Sólo quería volar. Durante una ronda de clasificación en el circuito de Zolder (Bélgica) se comió al alemán Jochen Mass. Tras el impacto salió despedido del habitáculo para estrellarse contra una valla. Unas imágenes espeluznantes que dieron la vuelta al mundo. Aquí terminó su carrera y su espíritu. Su hijo Jacques, más prudente, recogió el testigo.
Publicado en La Región (05-11-2007)