"Háganle la cuenta, seguro que se levanta a la de ocho", gritó un aficionado durante su entierro. El boxeador estadounidense Stanley Ketchel (1886-1910) se forjó en la más absoluta crueldad. Nacido como Stanislaus Kiecal, fue testigo del asesinato de sus padres polacos, a los 14 años de edad. Vagabundeó, robó y actuó como matón en la durísima Michigan de finales del XIX. Pronto encauzó toda la rabia contenida en el boxeo. Peleaba y tumbaba a rivales más fuertes, aunque no tan necesitados como él. Siempre se imaginaba que insultaban a su madre, por la que profesaba auténtica devoción, y soltaba la ira en el ring. En 1908 fue campeón de los pesos medios. Un año después engordó 20 kilos y se atrevió -no conocía el miedo- contra el gigante Jack Johnson, un combate que le aportó gloria y le costó varios dientes. Mujeriego y extrovertido, pese a su dura infancia, se dijo que un granjero celoso le acribilló a tiros por engañarle con su mujer. No fue así. La Historia demostró que el matrimonio estaba compinchado para robarle, pero no sabían que una fiera salvaje nunca se rinde, y opuso resistencia. Una vida de cine. Al menos Hemingway le dedicó un cuento.
Publicado en La Región (14-01-2008).