Beryl Rasofsky (1909-1967) neoyorkino criado en el barrio judío de Chicago, apuntaba como profesor de hebreo, hasta que unos ladrones sin escrúpulos mataron a su padre, un humilde comerciante. Su madre enloqueció, sus tres hermanos fueron repartidos entre diferentes orfanatos, y él decidió entrar en el lado oscuro y salvaje de la vida para reunir a toda su familia. Actuó como matón a sueldo, hasta que descubrió en el boxeo -o el boxeo lo descubrió a él- el medio ideal para liberar toda su frustración. Entonces cambió su nombre por Barney Ross y se puso los guantes. En apenas nueve años, 1929-1938, ganó tres títulos mundiales, cautivó al mismísimo Al Capone, fan incondicional, y logró cobijar a sus hermanos bajo su regazo. Pero su ingenuidad natural, fracasos empresariales e incontrolable ludopatía hundieron por igual su bolsillo y matrimonio. Sin nada ni a nadie que perder, lejos del ring, se alistó para combatir en la II Guerra Mundial. Peleó con la misma bravura en Guadalcanal, de donde regresó vivo pero enganchado a la morfina. Vagó como alma en pena por las calles de Los Ángeles, suplicando droga y ayuda. Noble y corajudo fue, una vez más, capaz de salir airoso del fango. Se rehabilitó y logró vivir con cierto bienestar durante sus últimos años, hasta que un cáncer le venció por k.o.
Publicado en La Región (03-03-2008)