"Nadie es perfecto", rezaba el tatuaje en el hombro izquierdo del patinador estadounidense Christopher Bowan (1967-2008). Él lo pareció en la pista durante los años 80: campeón del Mundo júnior y cuatro veces de los Estados Unidos, gracias a un gran carisma e ingenio para trasladar sobre el hielo temas como "Woody Bully" o "What a wonderful world", en una actividad en ocasiones demasiado rígida. Bowan se quedó a un paso del oro olímpico por, entre otras cosas, consumir ingentes cantidades de cocaína, puliendo casi 1.000 dólares diarios durante algunos meses. Algo sorprendente en atletas de tanta exigencia física. La indisciplina e indolencia le apartaron de su mentor, Frank Carroll, de su mujer e hija. En 1992, ingresó en una clínica de desintoxicación, reapareciendo en los Juegos de Albertville y retirándose tras la clausura. Después vagó por diversas ciudades, como entrenador o comentarista televisivo, dejando entrever la decadencia física y mental. Una cuesta abajo que terminó el pasado 10 de enero, cuando apareció muerto en una habitación de un motel en Los Ángeles, víctima de una sobredosis. Tenía 40 años y pesaba 118 kilos, muy lejos de aquel grácil cuerpo que volaba sobre el hielo. Nadie es perfecto.
Publicado en La Región (10-03-2008)