SIGUE SOÑANDO


Dice la leyenda que Polínexa, madre de Alejandro Magno, soñó que su hijo había sido engendrado por el mismísimo Zeus. El nacimiento coincidió con la victoria de su marido, Filipo de Macedonia, en la carrera hípica de los Juegos del 256 a.C. En honor a tal triunfo, Polínexa cambió su nombre por el de Olimpia. Su sueño se cumplió. Alejandro fue el Zeus del mundo conocido entonces. Un infatigable conquistador. El deporte es hoy lo más parecido a la guerra y sus figuras los nuevos mitos de nuestra era. Soñemos.

Legend say that Polínexa, mother of Alexander the Great, she dreamed that her son had been fathered by Zeus. The birth coincided with the victory of her husband, Philip of Macedonia, in the horse race of the Games of 256 BC. In honor of this victory, Polínexa changed her name to Olympia. Her dream was fulfilled. Alexander was the Zeus of the then known world. An indefatigable conqueror. The sport is now as war and his figures the new myths of our era. Let's dream.

olimpiaduerme@gmail.com

lunes, 29 de junio de 2009

MÁS SE PERDIÓ EN CUBA

Reflexiones deportivas sobre la Copa Confederaciones. Nueva demostración del nivel de forofismo que alcanzan los medios de comunicación españoles.

Como suele ser habitual, nuestra selección de fútbol viajó hasta Sudáfrica con una cohorte de expertos sobre la materia. “La mejor del mundo”, se calificaba a nuestro excelente equipo, negro sobre blanco, a través de las ondas por satélite o vía red de redes. Con el pecho henchido. Está bien empaparse en la mentalidad ganadora que transmite esta generación privilegiada de futbolistas, pero lo cierto es que sólo –y no está nada mal- somos los campeones de Europa. También había que ser cautos, porque las bajas de jugadores como Senna e Iniesta siempre son notables. Porque el primer partido de la competición, contra Nueva Zelanda, no aportaba una medida exacta de nuestras posibilidades. Como ya esperaba, los oceánicos protagonizaron los comentarios jocosos y despectivos de diversos medios de comunicación. Una licencia que no deberíamos de tomarnos, después de tantas desilusiones en nuestra trayectoria reciente.


España alcanzó las semifinales y todos comenzaron a pensar en la final, contra Brasil, por supuesto. Los estadounidenses no eran rival en el campo ¡si estos tipos no han visto un balón de soccer en su vida! Recuerdo con especial atención una noche –entre otras cosas porque me paró la Guardia Civil- cuando conducía desde el periódico a mi casa. Escuchaba en la radio un conocido programa deportivo, donde su famoso presentador entrevistaba a Iker Casillas, horas antes del encuentro.

“Bueno Iker ¿pensando ya en Brasil?”, comenzó. “Hombre, primero tenemos que ganar a Estados Unidos”, respondió con diplomacia el capitán (si así lo sentía, bien por el portero; de lo contrario, bien también por mantener las formas en los tiempos que corren). “¿Pero cómo no váis a ganar a estos tíos? Por favor, si su mejor delantero es el quinto del Villarreal? ¿Qué es Estados Unidos en el fútbol, y bla, bla, bla...”, continuó el presentador, en esa línea tan habitual entre el periodismo español. Esa tendencia que nos remonta sin remisión, a esa fecha fatídica en nuestra Historia. 1898, la pérdida de Cuba.

Pues sí. A finales del siglo XIX España se metió en una guerra contra Estados Unidos por el control de Cuba con los ojos cerrados, incurriendo en dos errores garrafales en el campo de batalla: el desconocimiento de sus propias fuerzas y el desconocimiento de las fuerzas de su enemigo. Los militares y altos mandos españoles no eran, en absoluto, unos patanes, pero sus efectivos –que son los hombres y los medios materiales disponibles- eran inferiores, anticuados y desorganizados. Estados Unidos era una potencia emergente y moderna. Ese gigante dormido que Japón despertó en Pearl Harbour. Sus medios eran abrumadoramente superiores, en calidad y rendimiento, a los españoles.


La prensa nacional azuzó a las masas, cantando la victoria segura del Imperio donde un día se puso el sol, contra un país prácticamente inexperto en el campo de batalla, a excepción de la cruenta guerra de Secesión. La derrota supuso un golpe fortísimo a la moral de todo el país, porque, además de Cuba, también cayeron las Filipinas. Como suele ser habitual en el carácter español, los derrotados fueron convenientemente humillados, pese a la bravura mostrada en el campo de batalla. No fue extraño que en ese ambiente comenzaran a forjarse los sentimientos independentistas que hoy sufrimos. Todo aquel clima de excitación previa y posterior desilusión se refleja de forma excelente en el libro de Pío Baroja, “El Árbol de la Ciencia”.

Más se perdió en Cuba que en Sudáfrica, no cabe duda. Estados Unidos jugó un estupendo encuentro, aprovechó sus oportunidades y defendió su portería como un tigre enjaulado. España comenzó mal, después se entonó y, en mi opinión, realizó una buena segunda parte, buscando el gol de muy diversas formas. Incluso cuando encajó el segundo tanto, producto de un error de la zaga defensiva, primero, y de Sergio Ramos, después, no cejó en su empeño. Pero cuando tu rival está tan crecido y se libra de los complejos, cuando además te falta esa suerte que te acompaña de forma habitual, es muy complicado cambiar el guión. Cada español pensará los cambios que hubiese realizado si fuese el entrenador, pero esas decisiones sólo corresponden a una persona, Vicente del Bosque. Estados Unidos nos ganó. Esa fue la realidad. Y no era tan malo el rival, que ayer tuvo a Brasil con dos goles a cero a su favor.

¿Somos ahora el peor equipo del mundo? No. Este tropiezo sirve para advertirnos que no somos la sexta maravilla del balompié –aunque nuestros chicos son muy, muy buenos- que nunca se puede salir pensando que el partido está ganado, que ninguna victoria se consigue sin el precio del esfuerzo y la superación de continuos obstáculos.

“El consuelo es que ningún ganador de la Copa Confederaciones ha ganado después del Mundial”, es el ahora lema de unos medios de comunicación que tropiezan una y otra vez con la misma piedra. Ya ven, hay cosas que no cambian con el paso de los siglos.