Para redondear ese inusitado y glorioso marzo de cine en nuestra pequeña Orenseville, dos buenas películas, una de ellas todavía en cartelera. Son "Gran Torino" y "Slumdog Millionaire", ambas muy bien acogidas entre el público y la crítica.
¿Vuelve Harry el Sucio? Nos preguntábamos antes de ver la película de Clint Eastwood. Nada más lejos de la ficción. Hay escopeta pero no pistolón. El protagonista de "Gran Torino", Walt Kowalski, es un superviviente de la II Guerra Mundial. Allí traspasó la delgada Línea roja entre la razón y la locura, ésa tan bien descrita en el libro de James Jones (pésimamente adaptada al cine, por cierto). En el siglo XXI, Kowalski no consigue adaptarse a su tiempo. Es un típico ciudadano medio estadounidense, con bandera, un viejo perro y escopeta en la casa, quien guarda como oro en paño un clásico Ford Gran Torino, orgullo de la factoría de Detroit, algo más que una simple fábrica para el país.
Pues ahí lo tienen. Kowalski agrada al público porque no se anda con monsergas de diálogo y tolerancia. Porque monta la escopeta al hombro para enfrentarse a unos pandilleros y tiene los santos bemoles de acudir al rescate de una asiática, a quien salva de una violación. Pronto se convierte en un héroe en el barrio entre sus agradecidos vecinos, ya que la mayoría están acostumbrados a bajar la cerviz o mirar hacia otro lado. Su sentido del honor, valentía y arrojo esconden una herida profunda, la de no haber superado los malos momentos que vivió en la guerra. Quizá para no caer en la locura, se aferra a la seguridad de unos valores sólidos. Y sus nuevos amigos, chinoamericanos, cubren la ausencia de su familia.
Kowalski es un viejo gruñón, pero ni es racista, ni clasista, ni se encuentra en la extrema derecha. Es, simplemente, un hombre conservador, aferrado a unos valores de honor, dignidad, disciplina, sinceridad y orgullo, perdidos en los nuevos tiempos. Un hombre en apariencia duro, impenetrable, que asiste al derrumbe de su pilares: la muerte de su esposa, unos hijos más preocupados en meterle en una residencia de ancianos, y un vecindario diferente al que encontró cuando se estableció en su casa. Ahora son chinos, negros, hispanos... un crisol de culturas, un choque entre civilizaciones opuestas. Porque negros, hispanos y ciertos sectores de los asiáticos no salen muy bien parados en la película, reflejando lo que dicen las estadísticas de delincuencia en los Estados Unidos aunque la opinión pública se niegue a reconocerlo. No vaya a ser que le tachen a uno de fascista.
Pues ahí lo tienen. Kowalski agrada al público porque no se anda con monsergas de diálogo y tolerancia. Porque monta la escopeta al hombro para enfrentarse a unos pandilleros y tiene los santos bemoles de acudir al rescate de una asiática, a quien salva de una violación. Pronto se convierte en un héroe en el barrio entre sus agradecidos vecinos, ya que la mayoría están acostumbrados a bajar la cerviz o mirar hacia otro lado. Su sentido del honor, valentía y arrojo esconden una herida profunda, la de no haber superado los malos momentos que vivió en la guerra. Quizá para no caer en la locura, se aferra a la seguridad de unos valores sólidos. Y sus nuevos amigos, chinoamericanos, cubren la ausencia de su familia.
No les cuento más. Si no la han visto, anímense. No es la mejor de Eastwood, en mi opinión. Ni supera a ninguna de sus anteriores películas, pero es un oasis en medio de la inhóspita cartelera que nos espera. He de añadir que el doblaje de los pandilleros es, por momentos, lamentable, siendo el español de una grandísima calidad. Siempre es mejor en versión original.
Slumdog Millionaire -traducido es algo así como "Perro callejero millonario", mejor no hacerlo- nos recuerda mucho a "Cidade de Deus", en su crudo y a la vez tierno relato de la infancia callejera en la India, ese idílico país para los occidentales, siempre y cuando no tuviesen que sufrirlo desde la cuna, claro. En la película triunfadora de los Oscars, vemos un repaso de los conflictos étnicos y religiosos del país, el contraste entre la pobreza más absoluta de unos y la opulencia de otros; la violencia y la corrupción endémica, presentes en todos los ámbitos de la vida. Y, especialmente, la explotación de la infancia hasta grados indignantes.
Slumdog Millionaire -traducido es algo así como "Perro callejero millonario", mejor no hacerlo- nos recuerda mucho a "Cidade de Deus", en su crudo y a la vez tierno relato de la infancia callejera en la India, ese idílico país para los occidentales, siempre y cuando no tuviesen que sufrirlo desde la cuna, claro. En la película triunfadora de los Oscars, vemos un repaso de los conflictos étnicos y religiosos del país, el contraste entre la pobreza más absoluta de unos y la opulencia de otros; la violencia y la corrupción endémica, presentes en todos los ámbitos de la vida. Y, especialmente, la explotación de la infancia hasta grados indignantes.
En este complicado ecosistema, los débiles son los primeros en caer. Aquellos que se libran y van superando obstáculos, desarrollan un instinto de supervivencia insospechado. Es la única razón de que los tres protagonistas, los hermanos Jamal y Salim Malik y su amiga Latika -ver a Freida Pinto compensa cualquier reticencia inicial- se encuentren en el mismo camino, a pesar de tomar diferentes atajos. El hilo argumental transcurre en torno a Jamal, quien recuerda toda su vida a través de un programa concurso estilo "¿Quiere ser millonario?" sin Carlos Sobera. Cada pregunta supone un momento importante que le dejó huella. Así va superando las pruebas, suscitando la sospecha de la propia televisión y la policía (cuyos métodos no poseen gran filosofía hinduísta, por cierto).
La mezcla de relato social y fantasía se sostiene hasta que Jamal llega a las preguntas clave del concurso. El final es tan made in Hollywood como made in Bollywood. Propio de un cuento. De una fantasía que, en mi opinión, se carga la película. De hurgar el dedo en la llaga para después poner una tirita encima. El baile final sí es un detalle simpático, aunque deberían participar todos los personajes para darle un toque más rompedor. En resumen, buena propuesta y desarrollo, flojo desenlace. Como en Hollywood cada cierto tiempo se les cruzan los cables y enloquecen con un título, la película de Danny Boyle ha recibido más méritos de los que, en mi opinión, merecía. Pese a todo, no lo duden. Muy recomendable.
La mezcla de relato social y fantasía se sostiene hasta que Jamal llega a las preguntas clave del concurso. El final es tan made in Hollywood como made in Bollywood. Propio de un cuento. De una fantasía que, en mi opinión, se carga la película. De hurgar el dedo en la llaga para después poner una tirita encima. El baile final sí es un detalle simpático, aunque deberían participar todos los personajes para darle un toque más rompedor. En resumen, buena propuesta y desarrollo, flojo desenlace. Como en Hollywood cada cierto tiempo se les cruzan los cables y enloquecen con un título, la película de Danny Boyle ha recibido más méritos de los que, en mi opinión, merecía. Pese a todo, no lo duden. Muy recomendable.
No van a durar toda la vida. Pasen y vean.