30 de junio de 1950. Final del Mundial de Fútbol entre Brasil y Uruguay, en el Estadio Maracaná de Río de Janeiro, ante más de 200.000 espectadores, todos seguros de la victoria nacional. Minuto 79, el uruguayo Ghiggia golpea un balón, en apariencia sencillo, que el buen portero brasileño, Moacir Barbosa, no acierta a despejar.
Silencio sepulcral. Brasil pierde (1-2) y Barbosa es condenado de por vida por este error, denigrado a la categoría de maldito, junto a otros compañeros y al entrenador. Ni siquiera le permitieron en una ocasión, previa al Mundial de 1994, saludar a los jugadores de su país en una concentración. Llevaba la maldición en sus botas. "En mi país, la pena más alta por cualquier delito son 30 años. Hace 43 que yo pago por un delito que no cometí", dijo entonces. Y fueron 50, hasta su muerte. Fue el día en que un país entero lloró (y algunos hasta se suicidaron).
El Perfil: Moacir Barbosa Nascimento nació el 27 de marzo de 1921 en Campinas (Brasil) y murió el 8 de abril de 2000 en Santos, en la más absoluta pobreza. Se había retirado del fútbol en 1962.