SIGUE SOÑANDO


Dice la leyenda que Polínexa, madre de Alejandro Magno, soñó que su hijo había sido engendrado por el mismísimo Zeus. El nacimiento coincidió con la victoria de su marido, Filipo de Macedonia, en la carrera hípica de los Juegos del 256 a.C. En honor a tal triunfo, Polínexa cambió su nombre por el de Olimpia. Su sueño se cumplió. Alejandro fue el Zeus del mundo conocido entonces. Un infatigable conquistador. El deporte es hoy lo más parecido a la guerra y sus figuras los nuevos mitos de nuestra era. Soñemos.

Legend say that Polínexa, mother of Alexander the Great, she dreamed that her son had been fathered by Zeus. The birth coincided with the victory of her husband, Philip of Macedonia, in the horse race of the Games of 256 BC. In honor of this victory, Polínexa changed her name to Olympia. Her dream was fulfilled. Alexander was the Zeus of the then known world. An indefatigable conqueror. The sport is now as war and his figures the new myths of our era. Let's dream.

olimpiaduerme@gmail.com

jueves, 15 de mayo de 2008

GANAR, GANAR Y GANAR



Los resultados continúan siendo el designio de cualquier entrenador de cualquier equipo en cualquier deporte de cualquier país. Exísten casos excepcionales -me vienen a la memoria los de Sir Álex Ferguson en el Manchester o Jerry Sloan en el Utah Jazz- donde la propia idiosincracia del club favorece esta prolongada relación. No es lo habitual.

Frank Rijkaard es el de más prestigio en los últimos meses, porque hasta esta temporada entrenaba a uno de los grandes clubes de fútbol del mundo, el F.C.Barcelona. El holandés ha sido durante su trayectoria en la Ciudad Condal un modelo de elegancia y diplomacia en su comportamiento y declaraciones. Salvo un arrebato lógico de furia en Montjuic, donde destrozó la mampara del banquillo con un directo digno del mejor Tyson, no se recuerda ninguna salida de tono, ningún exceso gestual, ningún corte de mangas al más puro estilo de Schuster, técnico por momentos absolutamente impresentable.

Rijkaard, no cabe duda, era un auténtico ladrillo en las comparecencias a los medios. Ni una palabra desafiante, ni un desprecio al eterno rival madrileño, ni un mínimo reproche a propios y rivales... Poca carnaza para encabezar portadas. Es una impresión personal, pero creo que no pocos seguidores madridistas respetaban y mostraban simpatía por el este holandés de tono tranquilo y pinta de fumao. Su ascendencia sobre el aficionado culé ha sido de sobra demostrado en el último partido de la temporada en el Camp Nou, contra el Mallorca. El homenaje tributado a un técnico despedido, sin un mísero título, al frente de un equipo roto, no es habitual en nuestra querida España, donde el héroe es hoy alabado y mañana vilipendiado.

Más normal -que no ideal- fue su consideración entre los medios y el gran público. Cuando el Barcelona ganó la Liga y la Copa de Europa se consideró al holandés como un modelo del entrenador moderno: moderado, buen talante, dialogante con las estrellas, conciliador y tolerante con ciertos excesos... Un ejemplo de la nueva hornada, alejado del típico mister autoritario y permanentemente cabreado. Como los Capello o Aragonés.

Curioso, cuando las derrotas llegaron, las lesiones agravaron y la actitud de Ronaldinho remató al equipo, se comenzó a dudar de la capacidad de Rijkaard para dominarlo. "El equipo se le escapó de las manos", "hace falta mano dura", "deberían entrenarse día y noche como castigo". Los comentarios en los medios y en los bares -a veces no existe diferencia- convirtieron al noreuropeo en un pelele, un hombre pusilámine, un muñeco carente de personalidad. El problema podría arrastrarse temporadas atrás, pero la situación era ahora distinta, porque no se ganaba.

Pocos han reparado en la jaula de grillos barcelonesa, no muy diferente a otras de Primera División (imaginen el vestuario del Valencia). Eto´o arrastra una leyenda de insoportable ya desde su etapa como canterano del Real Madrid, Deco parecía incapaz de aceptar el paso del tiempo. Y Dinho ¡ay, Dinho! se ha convertido en uno de los mayores fracasos, merced a su indolencia, soberbia e irresponsabilidad. Se cuenta que el fenómeno brasileño se cansó de ganar, de buscar el camino hacia la perfección, hacia la gloria deportiva. Tuvo un duro enfrentamiento con el técnico y sentenció las aspiraciones de un club y de millones de seguidores. Abierta la caja de pandora, sólo podría salir un tornado.

Sí, el Barcelona termina la liga con las manos vacías, pero lo cierto es que fue eliminado de la Copa y Champions en semifinales, y que tiró por la borda una Liga, muy próxima en no menos de tres ocasiones (sin olvidar el fracaso de la pasada por exceso de confianza). ¿Puede el Real Madrid vanagloriarse de su temporada? ¿O el Valencia saltar con su Copa? No con la boca muy grande. La diferencia fue, una vez más, el triunfo. La incontenible sensación eufórica de levantar un trofeo. Más la humillación del derbi en el Bernabéu, aquella que motivó la famosa, forofa y lamentable portada del "No merecéis llevar la camiseta de este equipo".

Así es el sino del entrenador y de buena parte de los jugadores. La victoria decide la valía y el prestigio de quien dirige. Que nadie se acuerda de los perdedores es mentira. La Historia del deporte guarda memoria a maravillosos competidores que cayeron entregándose en cuerpo y alma, a veces derrotados por una milésima de segundo, un error arbitral o un golpe de mala suerte. Todos ellos ganaron mucho hasta alcanzar una final y merecen un reconocimiento. Tal es el caso de Frank Rijkaard.

¿Cuál será el destino de su sustituto, Pep Guardiola? Es fácil adivinarlo. Decidirán, una vez más, los resultados. Ganar es seguir viviendo, perder es morir.

El legado de Frank Rijkaard en el Barcelona (2003-2008)