"Nunca pienso en el mañana porque quizá no llegue". Son las palabras más sensatas que ha pronunciado en su vida el boxeador de Nuevo México Johnny Tapia (Alburquerque, 1967). Otro barco sin rumbo en una vida de tempestad, que le ha golpeado bajo y duro. Su padre murió asesinado, su madre fue acuchillada y secuestrada ante su mirada infantil. En el boxeo encontró su desahogo, ganando cinco títulos mundiales. Pero su loca cabeza y la cocaína le han llevado seis veces al hospital por sobredosis, 10 al calabozo por diversos escándalos y más de una docena a centros de desintoxicación, sin mucho éxito. En un momento tuvo una iluminación, se tatuó a Cristo entre pecho y abdomen, además del lema que mejor le describe, "mi vida loca". Ni sus arranques de fe ni los cuidados de su sufrida mujer y representante, Teresa Chávez, víctima habitual de sus momentos de furia, pueden equilibrar su vida de excesos. Hoy disputa en un hospital el séptimo asalto contra la muerte. Segundos fuera.
Publicado en La Región (21-05-2007)