Hace unos
cuantos veranos, cuando quien esto escribe sufría la enfermedad de la
adolescencia, paseaba por delante del pabellón de Os Remedios en una de
aquellas terroríficas tardes ourensanas.
Para quienes hoy protestan por el calor y el cambio
climático, aquel día se superaban los 35 grados, la pistas exteriores eran puro
fuego y el ambiente era irrespirable, por diversos incendios que acorralaban a
la ciudad.
En la pista de baloncesto se encontraban dos amigos de
la calle -¡que habrá sido de ellos!- jugando, tan tranquilos. Eran dos
guineanos. De piel negra como el carbón. Corriendo, saltando, lanzando a
canasta.
Yo, mucha cordura no poseía. La suficiente para
preguntarles si no estaban locos por jugar en semejante horno. "¿Calor?
Esto es agradable. Calor hace en Guinea. Alli pasamos fácilmente los 45
grados", me respondieron con una sonrisa. (Siempre con una sonrisa. Gente
magnífica).
Por si fuesen pocos los problemas en Tokio, se
añadieron los elementos para darle pimienta. El temido tifón -menos poderoso de
lo esperado- y el calor extenuante, agravado por la habitual humedad de la
zona.