Hay que ser muy bueno para ganar Wimbledon en 1987 fumando marihuana, esnifando cocaína y tomando antidepresivos. El australiano de ascendencia irlandesa Pat Cash (Melbourne, 1965) adoraba el sabor de la victoria y no soportaba las consecuencias de la derrota. La suya en 1988, en casa, contra Wilander precipitó el descenso. Cash llevaba jugando con fuego desde sus comienzos, entre excesos y escándalos, agravados por numerosas lesiones y un historial sentimental que incluía cuatro hijos y dos matrimonios. Era uno más en las bacanales que montaba el también tenista Vitas Gerulaitis. "Cuando no estaba drogado, me sentía deprimido", confesó. Junto a su segunda esposa, Emily, ingresó en una clínica de rehabilitación en 1990. Se rebozó en el fango. Estuvo a punto de suicidarse, según escribió en su autobiografía, "Uncovered". El amor y la responsabilidad ante sus hijos fueron los sentimientos que le ayudaron a vencer sus demonios interiores. Hoy está limpio y los puede ver crecer. Las otras derrotas y lo que pudo llegar a ser ya no importan.
Publicado en La Región (26-05-2007)