"Era un buen chico, pero tenía una vida demasiado desordenada", dijo sobre él un directivo. El jugador de baloncesto estadounidense Eddie Jamaal Griffin (1982-2007) murió una cálida noche de verano en Houston, tras intentar un pulso imposible contra un tren de mercancías. Pulverizado, sólo se le pudo identificar por sus dientes. Adiós a otra promesa de gran talento en el instituto, apremiado por la necesidad de dólares y devorado por el alcohol y las drogas. Llegó a la NBA como un esclavo de la botella. Al tercer año tuvo que acogerse a un programa de desintoxicación y pasar varios días en la cárcel, acusado de maltratar -e incluso disparar- a su pareja. En 2006 un truculento suceso asombró a medio país. Sin permiso de conducir, estrelló su coche mientras se masturbaba viendo una película porno en marcha. Una de tantas locuras y ausencias injustificadas que le dejaron en el paro. Quizá esta situación, el torturador recuerdo de un hermano fallecido u otro cortocircuito similar, le empujaron a terminar con todo, en lugar de ordenar su vida y exprimir su talento en la cancha.
Publicado en La Región (24-09-2007)