En los últimos años me he convencido de asistir a uno de cada tres o cuatro estrenos de mi admirado Woody Allen. Vicky Cristina Barcelona es un ejemplo, muy lejos de la magnífica Match Point, por mucho que repita la siempre sensual Scarlett Johansson. Por momentos me ha parecido una excusa para montar un publirreportaje sobre turismo español (como suele ser habitual, es necesario que un famoso enamorado de nuestra cultura nos enseñe lo maravilloso que es este país todavía llamado España, mientras sus habitantes se empeñan en marchar en manada al Caribe o a Bali).
El argumento se centra en el verano de dos amigas y jóvenes estadounidenses -Vicky, interpretada por Rebecca Hall, y Cristina (Scarlett Johansson)- de mentalidad e ilusiones muy diferentes. Ambas son invitadas a pasar dos meses en Barcelona, como cualquier obrero de la construcción, vaya. Para la primera, cerebral y pragmática, es un descanso previo a su inminente boda, para la segunda, inestable y romántica, un descanso obligado tras otra infructuosa relación.
Ambas terminarán perdidamente enamoradas de un bohemio pintor español -más bien emborronador de lienzos- dispuesto a pasar por su catre a todo bicho con patas y falda (de cierto caché, eso sí). El pintor corre a cargo de Javier Bardem, víctima de un doblaje tan natural como una presentación de Anne Igartziburu (podrán comprobarlo en el trailer, lo ideal hubiese sido que el propio actor pasara por el estudio para, al menos, grabar la versión española).
Ni el propio doblaje salva a una lamentable y excesiva Penélope Cruz, en la película la neurótica esposa del artista, llamada María Elena. Confieso por esta actriz, tan aclamada en nuestro país, una inicial indiferencia, transformada en una adversión manifiesta desde aquella noche de los Óscars cuando emitió ese histérico y cursi "¡Pedrooooo!", fallida imitación de la diva Sofía Loren. "Pe" está hoy considerada como la actriz más internacional y respetada en Hollywood, lo cual refleja el paupérrimo estado del cine español y, por lo visto, de la propia meca de este circo.
Tras este injusto pero necesario degollamiento quiero añadir que la película transcurre de forma rápida, en muchas ocasiones previsible, estereotipada, con escasos toques del viejo Woody pero mucho vino y delicatessen. Nos deja el neoyorquino una irónica reflexión sobre la irresistible atracción que sienten ciertas mujeres por ese arquetipo de artista bohemio, excéntrico, canalla, botarate, de discurso tan artificioso como vacío y una jeta de hormigón armado. Idea ya expresada por otro inmortal artista, Miguel de Cervantes, en el inmortal "Quijote": "Es natural condición de mujeres, amigo Sancho, desdeñar a quien las quiere y amar a quien las aborrece".
En suma, una bella promóción sobre las muchas exquisiteces de nuestra tierra. En resumen, habrá que dejar pasar varias películas más para encontrarnos con el mejor Allen. Siempre con Scarlett, please.