En 1963 se proyecta "El Gatopardo" (Il Gattopardo), excepcional película del italiano Luchino Visconti. En mi humilde opinión, no la califico como obra maestra, pues creo que sobra mucho metraje en sus 181 minutos.
"El Gatopardo", basada en el libro de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, sirve como explicación de un importante momento histórico en Italia. Es el violento cambio de un régimen feudal a una República más o menos moderna, mezclado con la Unificación, promovida y perseguida por el idolatrado militar Garibaldi. Garibaldi invade Sicilia en 1860, dominada por los franceses, si bien regida por señores de la alta aristocracia, como el protagonista de la historia, el Príncipe don Fabrizio de Salina. Interpretado magistralmente por Burt Lancaster.
Don Fabrizio es un señor piadoso, que reza a diario y se marcha de putas para calmar sus instintos felinos. Un gentilhombre, caballero, cortés, galante, carismático; a veces colérico, maquiavélico y conspirador. Pero muy inteligente para saber donde pisa e intuir hacia donde se dirige la nueva Italia. Quizá el único entre su clase, que vive en la fantasía, disfrutando unos privilegios que pronto terminarán.
Mi escena preferida -que lamento no encontrar en Internet- transcurre cuando Don Fabrizio llega con su familia a su refugio veraniego de Donnafugata, escapando de los enfrentamientos. Allí son recibidos con todos los honores por el pueblo. Sin tiempo para sacudirse el polvo del camino, asisten a una misa y se sientan en el privilegiado coro de la Iglesia. Visconti pasa su cámara, uno a uno, mostrándolos como estatuas de otra época, piezas de anticuario, trastos sin sitio en la nueva Era, cubiertos de telarañas y envejecidos por el tiempo.
Don Fabrizio entiende que la República naciente es el fin de toda su cosmología. Que la nobleza de sangre da paso a la burguesía -representada por el alcalde del pueblo-, a los políticos, a un gran número de mediocres (que sustituyen a otros parásitos aristócratas). Que él no pertenece a esa nueva Italia, a pesar de que un influyente político de Turín, Chevalley, le intenta incorporar al nuevo Senado. La escena que les ofrezco a continuación.
Don Fabrizio realiza, además, una reflexión sobre la filosofía de vida del siciliano. Al que caracteriza como orgulloso, pero acomodado en una sociedad estática. Incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos. "Los sicilianos viven en un permanente sueño", dice Don Fabrizio. Los que allí han estado me cuentan que Sicilia, y el sur de Italia en general, es muy parecida a nuestra España. Importa más el hoy que el mañana y el miedo a los cambios. La sociedad permanece inmóvil y los grandes señores -hoy la Mafia- son quienes deciden. Es una valiente reflexión que pocos directores se atreverían a remarcar. "Algo debe de cambiar para que todo siga igual", añade el protagonista.
Ármense de paciencia, porque algunas escenas son interminables, y disfruten de esta magnífica película. Una radiografía de la Italia de finales del siglo XIX.